Si querés leer la primera parte: «Al ritmo de la naturaleza (1)».


Cuando el reloj indicó que eran las cinco de la tarde, empezamos a pedalear. ¿Hacia dónde? Ningún lugar especifico. Solo a poner en marcha el deseo de encontrar un sitio para pasar la noche.

“Algo ya va a aparecer”. Así nos tomamos el “desafío”.

Paseamos por la costanera y nos cruzamos con un grupo de personas que estaba terminando un mural de mosaicos en una escalera. Crucé miradas y sonrisas con la mayoría y, como vi que se estaban acercando hacia la ciclovía, frené.

Conté, detalles más, detalles menos, lo que venimos haciendo hace tres años. Una señora se acercó y nos preguntó si teníamos donde quedarnos, que ella tenía lugar en su taller.

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Apenas abrimos las puertas del taller, vimos este gran mosaico. ¿Casualidad? No lo creo.

Y así se alinean los planetas y se siente una especie de magia en lo que ocurre día a día. Te levantas de mal humor porque el clima no te acompaña y te acostás con una sonrisa porque sentís que la recompensa al esfuerzo y las complicaciones es mayor.

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Con Flavia y su marido en la costanera de Torres.

Al otro día, teníamos dos, en verdad tres, desafíos: vender algo de las artesanías para poder comprar la comida del día (y de los siguientes) y encontrar, de nuevo, donde armar la carpa.

Una de las señoras que estaba haciendo el mural de mosaicos, Fanny, es dueña de un restaurante buffet al cual nos invitó a almorzar. Como no tiene mesas afueras, para poder estar con Pioja y Pumba, nos dijo que fuéramos igual a buscar dos bandejas con comida.

¡Perfecto! ¡Uno de los desafíos resuelto!  🙂 

Cuando volví del restaurante, Ale me esperaba en la costanera. Primero se acerco Mara Eliana y nos compró unas artesanías. Además, como trabaja en uno de los restaurantes de la zona, nos trajo una bandeja con comida.

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Con Mara. ¡Muito obrigado! 🙂

Y como si no fuera suficiente el tener dos almuerzos, Telmo Santana se acerco para invitarnos a comer a su restaurante “Schatel Praia Lanches”. En este caso, primero fue Ale y yo me quede con Pioja y Pumba, y luego fui yo.

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Con Telmo. ¡Muito obrigado! 🙂

¿Cómo podemos definir esta decisión del destino? De no saber qué comer, a tener para tres comidas.

Cuando el sol empezó a retirarse, decidimos salir a pedalear por la ciudad para buscar dónde pasar la noche. Recordamos que teníamos el dato de un ciclista y bicicletero llamado Souza que recibe cicloviajeros en Passo de Torres, el pueblo del otro lado del río, pero era sábado y pensábamos que no lo íbamos a encontrar.

Nos comentaron de un camping que había a la salida de la ciudad. Llegamos y entré. Golpeé las manos y nadie salía de la casa. Volví hacia donde estaba Ale y vi que hablaba con una pareja. Ellos nos vieron cuando pasaron en dirección contraria y se dieron la vuelta para saber si precisábamos ayuda.

Mientras les contábamos del viaje, un ciclista paró cerca nuestro.

Si, ya se lo están imaginando. ¿No? ¡Era Souza!  😀 

Cruzamos unas palabras y fuimos hasta su casa y conocimos a Silesia, su mujer y a sus tres cachorros: Lilica, Babu y Vinho.

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Vinho se enamoró de Pumba pero ella no cree en las relaciones a distancia.

Otra vez la naturaleza nos iba a marcar la ruta y el tiempo. La lluvia, reina protagonista de las últimas semanas, sería quien decidiría nuestro ritmo.

¿Y si en vez de enojarnos aprovechamos el tiempo para hacer algo más útil?

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La playa gris no es tan linda…

De una vez por todas debíamos entender que estábamos frente una situación que no podemos controlar y que resistirnos no hacía más que empeorar todo.

El sábado a la madrugada llovió hasta las siete de la mañana. A las ocho estábamos tomando el desayuno con un cielo que estaba abriéndose e invitándonos a salir. Esa era la señal para seguir adelante.

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El primer día nos tocó pedalear en una autopista. Y por más que digan que el asfalto está en mejor estado, que cada 5 kilómetros hay una estación de servicios, que es más seguro por si te ocurre algo, por más que digan todo eso, nosotros preferimos esquivarla.

¿Por qué? Porque nos aturden tantos ruidos y consideramos más bonitos los caminos que nos ofrecen una aventura alrededor de naturaleza que aquellos que nos ofrecen simplemente mover las piernas.

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Dal nos dio un lugar en su taller para que armemos la carpa la noche que pasamos en Araranguá.

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Los caminos secundarios además de aventura, te regalan un paseo en balsa. 🙂

Por eso, a pesar de todos los consejos desalentadores, desde Araranguá hasta unos kilómetros antes de Jaguaruna, fuimos por rutas secundarias.

Esa decisión nos dio la posibilidad de conocer un pueblito llamado Balneario Rincao. Porque si uno piensa que las grandes anécdotas no están de la mano con los lugares pequeños, se está equivocado.  😉 

Tuvimos que pasar todo un día dentro de la carpa. Si, a causa de la lluvia.

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Situaciones cotidianas al viajar con tu amigo de cuatro patas.

Estábamos sin bañarnos después de dos días de pedaleo. En un lugar sin baños “convencionales”, incómodos y cansados.

Una mezcla peligrosa que logró un único resultado: que explotemos y empecemos a pensar si todo esto de la lluvia no es un mensaje para dejar de viajar por esta zona y tantas otras teorías, una más negativa que la otra.

Pero teníamos algo adentro que nos decía que debíamos seguir hacia adelante.

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Primeros morros que tuvimos subir. Bien, tranquilos…

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Colores que se destacan en tanto gris del asfalto y las nubes.

Llegamos a la entrada del Cuartel de Bomberos Voluntarios de Jaguaruna. Un poco tímidos pedimos de armar la carpa, bajo un techo si era posible, porque en cualquier momento se desataba una tormenta.

Como si supieran todo lo que habíamos estado deseando los días anteriores: nos ofrecieron una ducha caliente, lavar ropa, poder usar la cocina. Y no solo eso, lo mejor es que nos demostraban que estaban muy contentos de recibirnos y darnos una mano.

Pasamos de la soledad y la negatividad al palo a estar rodeados de personas que querían ayudarnos.

Uno de los comandantes, Sandro, cuando nos presentamos sentimos como que no estaba muy contento de que estemos ahí. Pero a la media hora ya había cambiado de actitud y fue quien más nos quiso ayudar en los siguientes días. Es más, él quería que siguiera lloviendo para que nos quedemos. Pero no, el ritmo de la naturaleza solo marcó que debíamos quedarnos cuatro días.

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De izq a der: Marlene, Evaldo, Ugo, Sandro, Fabio, y Julio. ¡También agradecemos a Priscila y Vagner que no salieron en esta foto pero que nos dieron una mano enorme! 🙂

En esos días, empezamos a abrazar la idea de buscar un lugar donde quedarnos “quietos” por un tiempo. Por lo menos hasta que pase esta inestabilidad constante del clima (aunque nunca se sabe  con certeza).

Cumpliendo los seis meses de estar en la ruta comenzamos a extrañar de la tranquilidad de saber dónde vamos a dormir por unos cuantos días, la comodidad de un baño y una ducha a la hora que quieras y, por supuesto, el sueño reparador luego de ocho horas acostado en un colchón.

Apuntamos a Florianópolis y nos pusimos de acuerdo en que diciembre sería el mes de descanso. Comenzamos a averiguar y los precios estaban muy por afuera de nuestro presupuesto.

Claro, ya sé qué están pensando. “Es el comienzo de la temporada alta, chicos”.

Y, a pesar de la bronca del momento, lo entendimos. ¿Qué más podíamos hacer?

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Soltamos nuestros deseos al aire y dejamos que sea el viento el que los lleve hasta donde él crea correcto.

Ya que estamos dejando que sea la naturaleza la que nos marque el ritmo, que se encargue también de hacerle llegar al universo los sueños que van naciendo en este viaje. ¿No? 😉