Cuando llegamos a la entrada de Ameghino sentíamos que no íbamos a poder pedalear ni un metro más. Veníamos de una ruta de 60 kilómetros de los cuales, los primeros 30 sufrimos un viento en contra que parecía nos iba a volver locos. Íbamos en el cambio más liviano y aun así en muchos tramos teníamos que hacer fuerza para avanzar. También tuve un percance con mi bicicleta, sin poder explicar cómo, rompí el pedal izquierdo. No era una rotura que me impedía seguir pero en ese momento parecía que el mundo se derrumbaba.

También vivimos situaciones buenas: nos encontramos un paquete de polenta cerrado y nos emocionamos con un auto que se puso al lado de Ale y le grito “vamos chicos, los sigo desde Chivilcoy”.

Cuando nos preguntan por qué nos gusta viajar, historias como las que contaré a continuación son las respuestas perfectas.

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Descanso y reflexión luego de nuestro intenso paso por Ameghino

 

Paramos en el paso a nivel del tren a preguntar dónde podríamos armar la carpa porque en la estación de servicios no se podía.

En ese mismo momento, una camioneta blanca se para detrás nuestro. ¡Era quien nos había gritado en la ruta! Resulto ser Carlos, uno de los ciclistas que nos cruzamos mientras el camino nos sorprendió y compartimos una merienda con los chicos de la escuela rural en Chivilcoy. Nos preguntó qué necesitábamos y le comentamos que teníamos que buscar dónde dormir y nos dijo: “síganme, que algo vamos a encontrar”.

Lo acompañamos hasta la entrada de un local de repuestos de autos y esperamos afuera mientras varias personas se nos acercaban a hacernos preguntas del estilo: “¿Desde Buenos Aires vienen en bicicleta?”, “¿No se cansan de andar tanto tiempo?”, “¿Y a los perros les gusta?”, seguido de la afirmación: “ustedes están locos”.

Carlos sale del local escoltado por un señor que se presentó como Jackie. Nosotros estábamos creídos que era el dueño del local pero días después nos enteramos que él estaba comprando unos repuestos cuando entró Carlos hablando de nosotros.

Jackie nos dijo que ya había hablado con una radio que estaba a la vuelta para que fuéramos a contar de nuestro viaje mientras él buscaba donde podíamos dormir.

Llegamos a la puerta de la radio y mientras acomodábamos las bicicletas y decidíamos cuál de los dos iba a entrar y cuál se quedaría cuidando a Pioja y Pumba, nos sorprendieron la locutora y el operador invitándonos a pasar los cuatro al estudio.

Fue maravilloso poder compartir ese momento con ellas también. A los oyentes se les explicó la situación y creemos que hasta fue divertido escucharlas del otro lado. Lamentamos no contar con esa charla porque todo se dio tan rápido que nos olvidamos pedir que la grabaran.

En el medio de la entrevista nos preguntan dónde vamos a dormir y Jackie justo ingresó para contarnos que los bomberos voluntarios nos estaban esperando. Terminamos la charla y fuimos guiados por nuestro nuevo amigo hasta el cuartel.

Mas emocionados estábamos cuando vimos que nos estaban esperando y que más bomberos fueron llegando para darnos la bienvenida. Nosotros creíamos que íbamos a poder armar la carpa en el patio o dentro del garaje donde están los camiones. Cuando Javier, uno de los jefes, lo llevo a Ale al primer piso para mostrarle donde está lo que sería nuestra habitación con camas, no podíamos salir del asombro y más, cuando nos dijeron que no habría problema de que Pioja y Pumba nos acompañen.

Estuvimos hablando sobre nuestro viaje y también sobre la decisión de ellos de ser bomberos voluntarios. Una vocación, a nuestra forma de ver, heroica. Sobre el por qué, al día de hoy, no tienen un sueldo por estar disponibles las 24 horas al servicio de la comunidad y los motivos que los hicieron elegir esta valiente tarea de ayudar al prójimo.

Se fueron despidiendo de a poco, dejándonos sus teléfonos por cualquier cosa que llegáramos a precisar y nos dejaron a cargo del cuartel. Es una forma de decir porque no hay cuartelero que se quede de noche y los únicos que quedamos dentro fuimos nosotros.

Comimos una pizza que Jackie nos trajo (¡gracias por entender mi forma de alimentación y pedir que hagan una especial sin queso!) mientras hablábamos de todo lo que nos había sucedido en el día.

Cuando llegamos no podíamos movernos del dolor y en pocos minutos todo sufrimiento corporal había desaparecido por arte de magia.

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Al otro día vino a buscarnos Mariana, la mujer de Jackie, para ofrecernos irnos a bañar a su casa porque en el cuartel estaba el termo tanque roto y acompañarnos a la otra radio del pueblo donde nos estaban esperando. Otra vez aceptaban que Pioja y Pumba entren al estudio y sean parte del momento en que compartimos nuestro viaje con más personas.

A la salida nos invitó a su casa y de nuevo, no hubo ningún problema en que yo comiera un plato distinto. El miedo que tenía antes de salir a pedalear sobre el posible rechazo que podría recibir por mi veganismo se iba esfumando. Compartimos un lindo almuerzo con ella y sus dos hermosas hijas, Jose y Luli, y Rosita, hablando y aprendiendo sobre los trabajos en los campos.

Pasamos una tarde hermosa charlando con Mariana sobre la vida. Nunca me voy a cansar de decirlo, pero me encanta cuando conectamos con personas y comenzamos a sentir que nos conocemos de toda la vida. Hablar de cosas muy profundas y de historias mágicas que no siempre uno se siente en confianza para contar. Y sobre todo sentir que la persona que tenes al frente está ahí escuchándote no por casualidad, sino que así debía ser porque en la charla se van presentando frases que responden alguna duda que venías teniendo y viceversa.

Mariana no solo nos abrió las puertas de sus casas, también nos regaló un momento único. Ella tiene un don espectacular: la capacidad de emocionarte con su voz. Nos cantó un tema que habla sobre el trabajo infantil en los campos tabacaleros en el norte de Argentina y a los dos se nos erizó la piel y yo no pude controlar las lágrimas.

Cuando pasó el horario de la siesta fuimos hasta la bicicletería del pueblo a poder cambiar mi pedal. Carlos, el bicicletero, nos recibió haciendo chistes y entre risas y complicidades con Ale, sacó un pedal de una bicicleta que tenía y lo puso en la mía. Cuando le preguntamos cuánto costaba, nos dijo que era un regalo para que podamos seguir y un chiste de humor negro sobre por qué la persona de esa bicicleta no necesitaba ese pedal.

También nos regaló una flor hecha en alambre de cobre y varios metros de ese alambre para hacerla y tener algo más con que solventar nuestro viaje.

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Carlos Bass, el bicicletero de Ameghino

 

De allí nos fuimos a la plaza porque, gracias a las charlas en las radio, nos dieron permiso para mostrar y lograr vender nuestras artesanías. Fue asombroso llegar y ver cómo varias personas nos estaban esperando para conversar sobre nuestro viaje y colaborar con el mismo.

Hormiga, uno de los administrativos del cuartel, se quedó preocupado porque no teníamos repuesto de pedales y nos regaló un par. Carlos vino hasta la plaza y nos trajo pochoclos para compartir con los mates que Mariana nos estaba cebando mientras nos acompañaba. Luego volvió y nos regaló una cámara de repuesto y muchos chistes más.

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Con Mariana, Paula, Jackie, Josefina y Luli

 

Cuando ya el sol se había escondido tuvimos que pasar a la parte más difícil de cada encuentro: la despedida. Abrazos, gargantas cerradas, promesas de seguir en contacto y, en este caso, sumamos el pedido de recibir el futuro disco con la hermosa y mágica voz de Mariana.

Volvimos al cuartel y nos esperaba otra sorpresa. Alberto, el jefe del cuartel, había pedido que nos lleven a dar una vuelta en el coche autobomba. ¡Vivimos la experiencia de viajar en un camión de bomberos con sirena y todo!

Después jugamos al truco, Ale también se sumó a jugar un partido de metegol mientras yo hablaba con Natali y Emanuel, Roberto, Lucas y Javier sobre la vida en Ameghino. La esencia de cada lugar no está hecha solo con los paisajes, gran parte se debe a las personas que viven allí. Por eso, estamos convencidos que para conocer realmente un pueblo o ciudad hay que hablar con quienes le dan vida. Qué hacen, si duermen la siesta, qué deportes se practica, cuál es la comida típica, la música que predomina, las costumbres de cada habitante de Ameghino logran crearlo.

Con ellos también llegó ese momento difícil de cada amigo que encontramos en el camino. Elegir vivir viajando tiene estos matices, existe el lado “B” de viajar y despedirnos está dentro de esos momentos.

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Con los Bomberos voluntarios de Ameghino

 

Al otro día, nos levantamos y fuimos hasta la panadería de Roberto que nos había pedido que pasemos a saludarlo. Nos regaló cosas muy ricas para el viaje y mucha energía para seguir adelante. Él entrena en bicicleta y se lamentaba no poder acompañarnos unos kilómetros por la ruta para despedirnos.

Mientras íbamos pedaleando el camino de salida de Ameghino se me iban cayendo lágrimas, mezcla de tristeza y felicidad. Recibir tanto cariño, tanto amor, tanta buena energía es algo que te alimenta el alma.

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Con Roberto, bombero voluntario y panadero de Ameghino

 

Y como si todo lo vivido en casi 36 horas no hubiera sido sorprendente y movilizante, cuando ya habíamos pedaleados un pocos kilómetros en la ruta 188, un auto pasó con Roberto en el asiento de acompañante alentándonos y grabándonos con su celular.

Otros kilómetros más y ya veíamos un auto al costado esperándonos, yo sabía que era Roberto. Otra vez las lágrimas de emoción, cuánta felicidad junta. Agradecimientos y un hasta luego difícil.

Siempre nos despedimos sabiendo que dejamos una parte de nosotros y que nos llevamos algo también de ese lugar. De Ameghino podemos decir que nos queda el recuerdo de unos grandes corazones (muchos vestidos de rojo), música que emociona y magia de esa que no se explica sino que se siente.