“¿Por dónde empiezo?” fue lo primero que pensé cuando me senté a escribir esta historia. Aquí estan los sucesos sentimientos y emociones. Lo que son aprendizajes y reflexiones lo dejaré para otro texto.

 

En la publicación anterior contaba cómo salimos desde Luján de Cuyo hacia Potrerillos con muchas ganas de hacer el cruce de la cordillera en bicicleta por el paso fronterizo Los Libertadores (o más conocido como Cristo Redentor) en bicicleta. Un desafío increíble que deseábamos de cumplirlo.

Hacía calor, como todos los días, en un clima desértico donde las temperaturas alcanzaban casi los 40 grados en la hora de la siesta. Por eso salimos temprano, o lo que nosotros consideramos temprano.

Fuimos avanzando de a poco, era todo en subida, algunas leves y otras un poco más marcadas. Luego de los primeros 10 kilómetros yo empecé a sentir que me faltaba el aire. “No puedo respirar, se me cierra el pecho” me escuchaba decir Ale cada vez que me esperaba y llegaba hasta él.

Tomaba agua, intentaba respirar hondo, me tocaba el pecho porque me dolía y me decía a mi misma que debía seguir. “No puedo frenar ahora, falta muchísimo todavía”.

Paramos en la entrada de un campo y bajamos a Pioja y a Pumba para que caminen y estiren las patas. En verdad, también yo necesitaba reponerme y había pasado tan solo una hora y media desde que habíamos salido.

Ale se la pasaba preguntándome si estaba bien. ¿Qué le iba a responder? Sabía lo que él quería escuchar y también era una forma de auto creerme que así debía ser. ¿Frenar? ¿Parar? ¿Volver para atrás? Todas opciones que no quería ni pensar ni tener en cuenta.

Pero mis paradas fueron cada vez más seguidas. Estaba transpirando mucho. Me quité una de las remeras deportivas que tenía. Me dejé la de mangas largas para protegerme del sol. Teóricamente es una prenda que permite respirar a la piel y expulsa la humedad hacia afuera (después en Chile nos enteramos que no es así sino todo lo contrario). En fin, no le voy a echar la culpa a una remera tampoco.

Seguía avanzando y me costaba más y más respirar. Pero el límite fue cuando empecé a experimentar un calor terrible en la zona del corazón y que éste se iba a salir de mi pecho en cualquier momento.

Intenté seguir tres veces. No quería alimentar los miedos y temores de mi mente. “Esto no puede estar ocurriendo, esto no puede estar ocurriendo”. Y todo el malestar aumentaba, el físico, el psicológico, el anímico.

–         “Amor, no puedo más, perdóname, no puedo más” dije casi sin aliento.

Su cara demostraba que la mía expresaba muy bien lo que me pasaba. Caminamos unos metros hasta una parte que en la ruta había una banquina amplia y guarda raíl.

Eran recién las once de la mañana y el sol ya se había vuelto insoportable. Pioja y Pumba parecían entender lo que sucedía y se acostaron una en cada lado alrededor mío. Pumba apoyaba su cabeza en mi pierna y me miraba. Ale me hizo tomar mucha agua, me mojó la cabeza, la nuca. Improvisó un toldo para que estar bajo sombra.

«Amor, ¿Querés que llame para que te vengan a buscar?»

«No, ya me voy a sentir mejor.»

«Hace más de una hora que me dijiste lo mismo y estas igual o peor. No te puedo ver más así, por favor, pidamos ayuda.»

Y así fue que llamamos a Mey, quien nos recibió en su casa en Guaymallen junto a Javi. En pocos minutos nos avisó que Gerardo, su papá y quien nos recibió en Lujan de Cuyo, iría a buscarnos.

Eso debería haberme calmado pero no fue así. Tenía una mezcla de miedo por lo que estaba experimentando y bronca por fallar.

Cuando llegó Gerardo me dio un poco de la bebida para deportistas pero tenía tan revuelto el estomago que me daba nauseas tomarlo. Eso los asustó más y me subieron rápidamente al auto con Pioja y Pumba y dejamos a Ale en la ruta con las dos bicicletas, esperando a que más tarde lo vayan a buscar en una camioneta para cargar con todo.

Pasamos por la casa de Gerardo a dejar a las tuchis y a buscar a Lili, su esposa, para que nos acompañe hasta un centro médico. Cuando me bajé del auto estaba completamente mareada. Me costaba coordinar un paso con el otro. Me empecé a angustiar cuando me pusieron en una silla de ruedas. “¿Tan mal estoy?” pensaba.

En la sala de primeros auxilios me atendieron rápidamente. Los pulmones estaban cerrados, como cuando uno tiene un cuadro de asma, así que debieron inyectarme un corticoide. Tenía un cuadro de apunamiento o “falta de entrenamiento para hacer esfuerzo físico en altura”. Me recomendaron descansar por unos días y no intentar hacer el cruce de la cordillera en bicicleta hasta por lo menos no tener un mes de aclimatamiento y entrenamiento. Escuchar eso fue un golpe muy duro.

Volvimos a la casa de Gerardo y Lili, quien nunca me soltó la mano y se porto como una madre (¡gracias!  🙂  ). Mientras yo descansaba, Gera fue a buscar a Ale que ya hacía un buen rato estaba esperando pero para hacerle frente al aburrimiento y desesperación grabó este vídeo.

 

Fue difícil decirle que, por lo menos yo, no iba a poder a hacer el cruce de la cordillera en bicicleta. “¿Y cómo hacemos?” Empezaron las primeras preguntas y dudas.

Si de algo podemos estar más que agradecidos es de las grandes personas que nos cruzamos en nuestro camino. Atentos a lo que nos estaba sucediendo, inmediatamente Javi y Mey nos ofrecieron varias alternativas. Habíamos estado en su casa 20 días y ya pensaban en alojarnos un mes más hasta que nos entrenemos para poder hacer el cruce de la cordillera en bicicleta.

Pero rápidamente con Ale nos miramos y sabíamos que la mejor opción era cruzar la frontera arriba del Jeep. Ellos aprovecharían el viaje para probar a El Pampero en altura, ya que el 8 de febrero salen a viajar y recorrer desde Mendoza a México ida y vuelta (para leer sus historias, ingresen a Soñé que viajaba) y nosotros podríamos continuar nuestro viaje en Chile, como lo habíamos planeado. Javi y Mey se organizaron y propusieron una fecha, mientras tanto éramos nuevamente recibidos en su casa.

Yo estaba que no me podía levantar. Todos pasaban a mí alrededor y me decían “estás blanca como un papel, pero mejor que cuando llegaste”. Javi y Ale cargaron las alforjas en el Jeep, las bicis quedarían en Lujan de Cuyo y con la excusa de tener que entrenar, las iríamos a buscar en dos o tres días (cuando yo me reponga).

Por las Rutas del Mundo en Bici-Mendoza

Grafiti encontrado en una de las ciclovías que hay en la ciudad de Mendoza. 

 Cuando entramos a la casa de los chicos me invadió una angustia y una vergüenza terrible, enorme. La primera por sentir que fallé y volver hacia atrás. La segunda es un poco más difícil de explicar pero tiene que ver con el reconocer la bondad y amabilidad de las personas que nos reciben en sus hogares y nos hacen sentir parte de su familia lo que dura la estadía y el no querer abusar de eso. Creo que con más tiempo podré expresar bien esto que sentí.

Esa semana estuve alejada de la computadora y las redes sociales. No es que hayan sido culpables de lo que pasó pero necesitaba estar sola conmigo y poder hacer como un duelo. Estuve horas y horas haciendo artesanías en macramé, pensando y reflexionando (todo lo que procesé se vendrá en una nueva publicación más adelante).

Por las Rutas del Mundo en Bici-Mendoza

La primera despedida con Javi y Mey cuando la idea era hacer el cruce de la cordillera en bicicleta.

 El domingo 18 de enero era el cumple de Lili. Javi y Ale prepararon el Jeep, o mejor dicho, jugaron al tetris un par de horas mientras lograban acomodar las dos bicicletas, las alforjas, los bolsos y otras cosas más en la parte trasera del Jeep. A la tarde nos fuimos para Lujan de Cuyo a festejar con Lili y luego, a la madrugada, emprendimos el viaje hacia Chile.

¿Quieren saber cómo me sentí viendo todos los paisajes que debería haber visto desde la bici? ¿Qué les puedo decir? Por momentos se me cerraba la garganta, por momentos no quería ni ver.

Por las Rutas del Mundo en Bici-Mendoza

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Puente del Inca en Mendoza.

Era una de las paradas cuando pensabamos en el cruce de la cordillera en bicicleta.

 Ya del lado de Chile, volvimos a pasar por la misma ruta que nos vio regresar a Argentina en junio de 2013. Pero esta vez, al revés. No subimos por la ruta caracol, sino que la bajamos. Y si, como creímos que se sentiría, así es. Pero otra vez los sentimientos de que eso lo debíamos hacer en bicicleta y la tristeza de no estar haciéndolo nos invadían.

Llegamos a Los Andes. Pasamos el día con los chicos y comenzamos a buscar dónde dormir porque ellos regresarían a Mendoza y dormirían en el Jeep en la estación de servicios más próxima a la frontera.

Nuevo país, nuevas costumbres, nuevas formas de ser. Todo nuevo. Una mezcla de nervios y alegría. Por un lado querés borrar todo los prejuicios que te dijeron más los que arrastras y, por otro lado, querés recordarlos para saber que hacer o que no hacer, que decir o qué no decir.

Pero Chile nos recibió con los brazos abiertos desde el primer minuto. Eso sí, les contaremos en la próxima publicación, sino se hace muy largo. ¿No?