La primera vez que visité el Parque Nacional Tierra del Fuego tenía 12 años. Fue en el año 96 cuando, por motivos laborales de mi padre, nos mudamos a Río Grande. En esos años, las escapadas de fin de semana eran a Ushuaia y al Parque.

Después de casi quince años, el viaje en motorhome por la Ruta Nacional 3 hizo que volviera a la isla, a Ushuaia y al Parque.

En ese momento me emocioné. Porque volver a un mismo lugar y reencontrarse en él es movilizador. Sobre todo porque no es cualquier sitio. Pararte en lo último que queda de tierra y mirar hacia el horizonte sintiendo que realmente estás en el fin del mundo.

Cuando decidí viajar a Ushuaia, el Parque Nacional Tierra del Fuego era uno de esos lugares que iba a visitar sí o sí. Y es algo que recomiendo para todos, no importa en qué época del año vayan. Así que estaba feliz cuando confirmamos la excursión con Tolkeyen.

Tengo la suerte de conocerlo en todas las estaciones del año. Y sí bien en verano uno puede acceder a más senderos y excursiones, el invierno le sienta muy bien. Eso sí, me quedé con las ganas de verlo nevado.

El cielo estaba despejado y el sol apenas lograba entibiarnos la cara. Es que a pesar de todos sus intentos, el termometro marcaba que la temperatura rondaba por los dos grados. Escribí termometro, pero sepan que estoy hablando de la aplicación del celular que te indica el clima (¡qué moderna!).

Antes de ingresar al Parque pasamos por el Tren del Fin del Mundo. La mayoría del grupo iba a hacer el paseo. Cuando nos bajamos había que caminar con cuidado. Todavía el piso estaba con planchas de hielo, algo muy cruel: todo un paisaje sacado de un cuento y el suelo te obliga a bajar la vista con tal de no terminar con un buen golpe.

 

Una vez que el guarda del tren tocó el silbato al mismo tiempo que golpeaba la campana, aproveché para ingresar al edificio y recordar un poco de la historia del lugar con más tranquila.

Mientras nos acercabamos a la entrada del parque yo miraba para ambos lados. Pasaron solo cuatro años y medio de la última vez que estuve. Pero es que sucedieron tantas cosas en ese corto tiempo que sentía algo extraño. Por un lado observaba y reconocía el lugar y por el otro miraba todo como si fuera la primera vez que estaba ahí. Como si fuera una nueva persona.

La primera parada fue en el cruce de caminos donde para un lado podés ir para Bahía Ensenada, para el otro ir hacia el Río Pipo o bien seguir. En ese punto está la estación final del Tren y teníamos que esperar a que llegue el resto del grupo para seguir.

A medida que avanzabamos era “ahí dormimos con el motorhome”, “ahí esta el sendero a la turbera negra”.

Llegamos a las orillas del lago Acigami. Antiguamente tenía el nombre de Roca, un ex Presidente que para mí gusto, no deberíamos estar orgullosos de lo que hizo como para recordarlo todo el tiempo. Y menos de reemplazar el nombre que le pusieron los pueblos originarios.

Para los que no entienden de qué hablo: Roca fue el encargado del genocidio de los aborigenes de la Patagonia. Así que feliz de ver el cartel con el nombre original del lago.

Me paré frente a él y le dije “hola lago, ¿cómo estás tanto tiempo?”. Cerré los ojos y dejé que el sonido del agua y de la naturaleza me conecten con el lugar.

 

Hice algo que en su momento no pude: grabar el sonido del lago llegan a la orilla. Quiero armar como una pista musical y usarla para cuando medito.

La segunda parada fue en el Centro de Visitantes de Alakush. La idea era que entremos al lugar para comprar algún recuerdo del Parque. Pero para mí, los recuerdos que me quería llevar estaban afuera. El viento en la cara que por momento me despeinaba, el sonido de los pájaros, el cielo de un celeste clarito que parecía que se fusionaba con los picos nevados. Los diferentes colores que se formaban con el sol.

Mientras avanzábamos por el Parque, Susana, la guía, nos iba contando y enseñando sobre la fauna, la flora, la historia del lugar. Pero no esa que se lee en un manual de escuela. Nos contaba aquello que no se cuenta. Y, si bien soy de las personas que prefiere hacer las excursiones por su cuenta, me dí cuenta que hacerlas con guías te da ese plus de información para conocer bien el lugar.

Nos habló sobre la problemática ambiental de la zona a causa de los castores. La especie fue introducida en el medio ambiente en el siglo pasado para explotarla en la industria peletera, es decir, para hacer pieles con los castores (por suerte, para ellos, no prosperó). Lo que terminó ocurriendo es que a los castores les encantó la isla (no los culpo, ¡a quién no!) pero al no tener un depredador natural, crecen y se reproducen, crecen y se reproducen y así.

Esa charla fue la antesala a bajarnos para recorrer el sendero “Castorera”. Es un paseo corto para conocer y llegar hasta una castorera que ahora está inactiva, es decir, no hay castores allí pero que permite observar los cambios que producen en el medio ambiente.

 

De todas formas, yo no estoy a favor de echarle la culpa a los castores. Entiendo que son una “plaga” porque, de hecho, el censo arroja que hay más castores que humanos en la isla, pero la responsabilidad absoluta es de quienes introdujeron la especie. Y sí, me da lástima que la soluciónm más económica sea matarlos.

Pasemos de tema mejor. Veamos unas lindas fotos para continuar el recorrido y llegar hasta el tan ansiado final.

Porque sí, debe ser uno de los finales de recorrido más deseado del mundo. ¿Cómo no emocionarse con llegar al fin del mundo?

Todavía no había estado el transfer y yo ya estaba preparada para bajar. Es que tenía una emoción enorme. No se bien por qué pero necesitaba reencontrarme con ese lugar, con el cartel, con el paisaje, con el sendero que te lleva hasta el último tramo de tierra.

 

No había forma de ocultar mi felicidad. Es increíble porque seguro el que me lee piensa “¿tanto te vas a emocionar por volver a un lugar que ya estuviste otras veces?”.

Y no te culpo si sos una de esas personas. Pero juro que es un lugar tan pero tan mágico que provoca eso. Estoy perdidamente enamorada del Parque Nacional Tierra del Fuego.

Y por más que ya lo visité en varias oportunidades y lo conozco en las diferentes estaciones del año, volvería tantas veces como pueda.

 

 


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