Las madres y chicos de todas las edades, vestidos con sus uniformes, nos indicaban que era el mediodía. Íbamos pedaleando y todos nos saludaban y se ponían cara de asombro cuando veían a Pioja y Pumba en el “salchimóvil” (el carrito).

Entre tantos saludos, escuché como una señora nos decía: “buena suerte, buena vida.” Me di vuelta y le agradecí con una enorme sonrisa.

“¡Qué linda forma de recibirnos que tiene Gualeguaychú!”, pensé y seguí pedaleando.

Al llegar a la Municipalidad, buscando información dónde podríamos dormir, se nos acercó un señor. Se presentó como Claudio y nos dijo, como si leyera la mente, que si no teníamos donde alojarnos, el podría hablar en el Club Regatas para que nos dejen acampar allí.

Todavía no era la una de la tarde y todos los negocios estaban cerrados. Las calles vacías. Entendimos que en Gualeguaychú, la siesta es sagrada.

Un supermercado frente a la plaza principal fue la excepción y pudimos comer unos sándwiches mientras intentábamos definir nuestros próximos días.

Recorrimos un poco más la ciudad en solitario.

Llegamos al Club Regatas y nos recibió Darío, el encargado de cuidar el lugar. Nos mostró donde podíamos armar la carpa y nos ofreció bañarnos con agua caliente. Lo escribo así, porque las dos veces anteriores tuvimos que hacerlo con agua fría. Pero valió la pena porque así, las duchas calientes las disfrutamos el doble.

De no saber dónde dormir, estábamos frente al Río Gualeguaychú, tomando mate y disfrutando de una fresca, pero linda, tarde.

Por la noche, cuando ya estábamos por irnos a dormir, dos personas se acercaron comentando que nos estaban buscando. Soledad y Celso, del Canal 9 Litoral, nos explicaron que querían hacernos una entrevista en vivo al día siguiente.

No parábamos de reírnos de los nervios. “¿Nosotros? ¿En vivo?”.

Y no pudimos negarnos a la invitación.

Por las Rutas del Mundo en Gualeguaychu

A la mañana siguiente, preparándonos para ir al encuentro, descubrimos que la cubierta de Ale estaba tajeada, a punto de que la cámara salga para afuera.

“¿Qué está pasando? Pinchas el primer día, pinchas al cuarto día, no tenemos cámara de repuesto… ¿y ahora esto?” dijo Ale con bastante mal humor.

Sin dudas. Nos invadió una sensación de estar bajo un maleficio.

Terminamos la nota y nos fuimos a averiguar para comprar una nueva cubierta. El día era gris y con una llovizna que se sentía cuando se estaba arriba de la bicicleta.

Fue tragicómico ir a averiguar precios teniendo $20 en el bolsillo. También debíamos ir a hablar con el veterinario municipal para consultar si él podía hacernos los certificados de Pioja y Pumba.

Dependiendo de cómo nos fuera, cruzaríamos a Uruguay por Gualeguaychú o, más al norte, por Colón.

Cruzando una calle, una señora me sonrío y me dijo “Chau chicos. Buena suerte, buena vida.” La miré y confirmé que no era la misma del primer día.

Frenamos en un semáforo y le conté a Ale. Los dos no dijimos nada pero por dentro estábamos deseando que se cumpla el deseo de la señora.

Mientras esperábamos a un periodista que nos había invitado a la radio (que al final, no apareció), pensábamos cómo íbamos a solucionar los “problemas” que teníamos. Uno, era buscar dónde dormir porque donde estábamos habían pedido permiso por dos días. El otro, era el tema de la cubierta y, en lo posible, conseguir una cámara de repuesto.

Pascual pasó y, luego de que le llamó la atención las tuchis, se puso a hablar con nosotros. Nos ayudó a despejarnos un poco y dejar que las cosas fluyan y se solucionen como tiene que ser.

Cuando estábamos por irnos, se acercó Florencia. Nos comento que es bombera voluntaria y que hablaría con el Presidente para que nos permitan alojarnos en el Cuartel.

A los cinco minutos volvió y me llevó a hablar y contar los “problemas” que teníamos. El presidente, de forma muy amable, me dijo que nos podíamos quedar el tiempo que necesitemos.

¡Bien! Un tema menos.

La tarde estaba muy fresca y, gracias a la humedad, se sentía el doble. Decidimos pasear por la ciudad pedaleando, para no sufrir el frío.

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Ale me señaló el piso y alcanzo a ver una cebolla. Me acerco y la levanto porque estaba en excelente estado.

Miré hacia adelante y a media cuadra, nos estaban sacando una foto.

“¡Qué lindo momento!” pensé.

Cuando nos acercamos, nos dijeron que eran del diario “El Argentino” y que les gustaría hacernos una nota.

Lo primero que le pedí al fotógrafo fue que no publique la foto en la que estoy levantando la cebolla del piso.

Con eso rompimos hielo y dimos lugar a una charla que duró más de una hora. Al final, con Rocío y Ricardo nos faltaba el mate y ya estábamos en una conversación de amigos.

El encuentro hizo que la hora de la siesta se pasara rápido.

En una de las bicicleterías que visitamos, nos pusimos a charlar con Sergio, que estaba tomando mate con el dueño del local. El es motoquero y conoció a Nico y Paula (los chicos que sufrieron un accidente en Ecuador hace unos días) cuando ellos estuvieron por acá.

Antes de irnos, nos preguntó qué necesitábamos y nos dijo que en su casa tenía cuatro cubiertas que acaba de cambiar, que estaban en buen estado y nos las regalaba. Pese a que no estábamos seguros que nos pudieran servir, ya que eran más finas de las que teníamos, nos dijo que las aceptáramos igual. Así hicimos.

Llegamos al Club Regatas bajo una llovizna que por momentos se transformaban en chaparrón. La gentileza de Darío nos permitió armar la carpa bajo el techo del quincho.

Al otro día nos despedimos y nos fuimos a resolver el tema de la cubierta y los trámites de Pioja y Pumba.

Puede llegar a ser un poco reprochable mi actitud, pero hay situaciones en las que insisto e insisto hasta conseguir lo que quiero.

Y así fue como el veterinario municipal, luego de escucharme más de media hora, nos dio los certificados de buena salud y pudimos ir al SENASA a continuar con el trámite.

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Con Mari y Rosana en la puerta del SENASA.

Mari y Rosana se enamoraron de Pioja y Pumba. Tanto, que les permitieron entrar a la oficina del SENASA y que paseen como si fueran dueñas del lugar.

La buena suerte del día anterior seguía de nuestro lado, incluso cuando nos comentaron que no tenían sistema para terminar el trámite y que volviésemos al día siguiente.

Preferimos pensar “por algo será” y pasamos al siguiente “problema”.

Nos quedaba la gran bicicletería del centro para consultar precios o cambiar las cubiertas que nos habían regalado por una que si pudiéramos usar.

Cuando estábamos en la esquina del local, Celso, el camarógrafo del Canal 9 Litoral, pasó con la camioneta y bajó a saludarnos mientras nos decía a modo de chiste “ustedes no se van más”.

Le contamos que seguíamos con el problema de la cubierta y nos dijo que no nos preocupemos, que iba a hablar con el grupo de Mountain Bike Gualeguaychú a ver si alguien tenía una que nos pudieran dar.

Minutos después, una combi que habíamos visto el día anterior, pasó por delante nuestro y los saludamos. Dieron vuelta a la manzana y estacionaron. Gerardo y Augusto salieron a viajar con la idea de llegar hasta México. Y el solo hecho de compartir un sueño, nos hizo hablar en el mismo idioma.

Viendo que era la hora de comer, arreglamos encontrarnos en la costanera para almorzar y seguir conversando.

Empezamos a dar vueltas, buscando un lugar donde comprar pan. La hora de la siesta ya estaba instalada.

Encontramos un supermercado oriental. Y mientras contábamos las últimas monedas que teníamos, frenó al lado nuestro una bicicleta. Claudio va siguiendo nuestro viaje por Facebook y, desde que se había enterado que estábamos en Gualeguaychú, nos andaba buscando.

Nos pusimos a charlar y a contarle como habían sido nuestros días desde que salimos.

Por las Rutas del Mundo en Gualeguaychu con Claudio

Con Claudio, en la costanera de Gualeguaychu

El quería ayudarnos como sea. Tenía la intención de regalarnos la cubierta pero, luego de contarle que desde Mountain Bike Gualeguaychú podían darnos una, a cambio, se ofreció a obsequiarnos una cámara para que tengamos de repuesto.

La buena suerte que las personas nos deseaban, se estaba haciendo realidad.

En la costanera, con Augusto y Gerardo, estuvimos varias horas charlando, compartiendo anécdotas, ideas, datos útiles.

Muchas personas nos saludaban y se acercaban, varios nos comentaban que habían visto la nota de la televisión o en una nota que hizo el diario La Región (y que no sabíamos) como Ernesto que se bajó de su bicicleta y nos felicitaba por estar haciendo este viaje.

Por las Rutas del Mundo - Gualeguaychu con Ernesto

Con Ernesto, no sería la última vez que nos encontremos.

Nuestras sonrisas eran enormes a causa de saber que esta ciudad maravillosa, porque su gente es extraordinaria, nos estaba ayudando de mil maneras.

Vimos estacionar la camioneta de Canal 9. Celso bajó junto a Sergio, integrante de Mountain Bike Gualeguaychú.

¡No lo podíamos creer! Nos estaba trayendo dos cubiertas nuevas y una cámara.

Por las Rutas del Mundo en Gualeguaychu con Sergio de MTB Gualeguaychu

Con Sergio, de MTB Gualeguaychu

No contó de las tareas solidarias del grupo, entre ellas, la de conseguirles o armarles bicicletas a los chicos de una zona de bajo recursos de la zona.

Sin ni siquiera habernos mirado, con Ale le dijimos que se lleve las cuatro cubiertas que nos habían regalado el día anterior.

Se negó a recibirlas, quería que nos las quedemos “por las dudas”. Pero nosotros creemos en esa rueda mágica que tiene girar de forma continua: la de dar y recibir.

Logramos conseguir lo que necesitábamos, ya era suficiente. Y si tenemos de más suceden dos cosas: a alguien le está faltando y dejaríamos de recibir.

Así que, nos pusimos en campaña para buscar a quién las pueda necesitar.

A la mañana siguiente, volvimos al SENASA. Ya era jueves y había una posibilidad de que el trámite se retrase 48 horas si el veterinario no estaba.

Rosana y Mari nos volvieron a recibir con una sonrisa enorme. La buena suerte se hizo presente y salimos con los certificados en mano.

“¿Qué hacemos? ¿Cruzamos mañana?”

Y había una realidad. No teníamos dinero y la reserva de comida había descendido mucho en los últimos días.

En el cuartel de Bomberos nos dijeron que nos quedemos unos días más para ir a ofrecer nuestras artesanías y, con lo recaudado, comprar provisiones hasta tanto en Uruguay podamos obtener pesos uruguayos y así financiar el día a día.

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En el Cuartel de Bomberos de Gualeguaychu

La lluvia que nos sorprendió a la madrugada no nos hizo bajar los brazos. Al contrario, sabíamos que había un motivo y lo que sucedía, convenía.

Nos pusimos a ver el mapa de Uruguay y a diagramar una posible ruta. Y lo digo así, porque al dejar que el camino nos sorprenda, sabemos que los planes pueden cambiar de un momento a otro.

El domingo amaneció soleado. Un poco de frío, normal en esta época (pero vieron que uno siempre se queja igual) pero al sol se sentía lindo.

Al mediodía ya estábamos en la costanera. Lanzamos nuestros deseos al aire y nos pusimos a esperar a que la buena suerte haga su trabajo.

Solo queríamos lo necesario y suficiente como para comprar la reserva de alimentos.

Se acercó una familia y nos comentó que nos había visto en el diario y querían colaborar con nosotros. Cuando se estaban yendo, nos preguntaron si seguiríamos ahí un rato más. Creíamos que iban a buscar el mate y volvían.

Para nuestro asombro, nos trajeron dos bolsas llenas de comida y una bolsa más que traía un kilo de alimento para Pioja y Pumba.

Me emocioné tanto que se me caían las lágrimas. Soy así, por un lado, sensible y, por el otro, sin problema de demostrar mis sentimientos, aunque sea llorando, de tristeza o felicidad.

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Con Augusto y Gerardo de La Aceituna Se Porta en la costanera de Gualeguaychu

En ese momento estábamos con Augusto y Gerardo. Los cuatro coincidíamos en que las personas de Gualeguaychú son extraordinarias y que nos iba a costar irnos al día siguiente.

Cuando nos estábamos yendo del cuartel, atrasados una hora a lo que habíamos programado, parecía que algo no quería que nos fuéramos. O por lo menos, no a esa hora.

Primero nos desesperamos un poco, luego decidimos no luchar contra el destino y dejarlo ser. Hasta la frontera teníamos 30 kilómetros y la idea era hacer noche ahí. ¿Cuánto podíamos demorar?

Fuimos hasta el Club Regatas a despedirnos de Darío y nos dieron la noticia que ya no trabaja ahí. Nos sentimos un poco tristes y, al mismo tiempo, sin saber qué hacer. Habíamos previsto dejarle las cubiertas a él para que las pasen a buscar los de Mountain Bike Gualeguaychú.

Pero, por arte de magia (o con muy buena suerte), apareció Ernesto en su bicicleta y nos dijo que el avisaría que las dejábamos ahí a resguardo.

Hicimos tres kilómetros y paramos en Pueblo Belgrano a almorzar. Con toda la emoción que teníamos, nos habíamos olvidado de algo tan importante como comer.

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Almorzando en Pueblo Belgrano

Ernesto nos habíamos dicho que nos encontraba más adelante, ya que su entrenamiento incluía nuestra ruta, pero nunca creyó que iba a ser tan rápido. Luego, cuando volvimos a pedalear, escuchamos el deseo de que tengamos buena suerte.

Unos kilómetros más adelante, empezamos a escuchar un silbido. Frenamos, miramos para atrás y nos encontramos con la sorpresa de que otro biciviajero venía en nuestra dirección.

Con Alejandro (aunque le dicen Alejo) teníamos más o menos la misma ruta. La idea de él era cruzar el puente, recorrer la costa de Uruguay, Brasil y después vería como sigue.

Luego de aclararle que nosotros pedaleamos a un tiempo más relajado, los tres empezamos a avanzar juntos. Para nosotros, la primera vez que compartíamos ruta con otro biciviajero.

Sabíamos que el puente internacional San Martin no lo íbamos a poder pasar andando en bicicleta. No conocíamos bien el por qué. Teníamos que esperar a que un camión sin carga o una camioneta nos cruzaran.

En la frontera todos (los de la AFIP, los camioneros y gendarmes) fueron muy pesimistas con nuestra situación. A cambio yo les devolvía una sonrisa y les decía que los biciviajeros tenemos una buena suerte que nos sigue a todos lados.

Luego de una noche muy fría, en la mañana nos levantamos muy relajados y fuimos hasta la ruta a esperar que se cumpla nuestro deseo.

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Cuando estaban por cumplirse cuatro horas de espera, paró una camioneta. Creíamos que las tres bicicletas más el carrito no íbamos a poder subir, pero la buena predisposición de Hernán hizo que lo intentemos.

Unos pocos minutos de Ale jugando al tetris y todo entró en la caja de la camioneta. Nos subimos y pasamos saludando con una cara de felicidad a todos los que nos habían dicho que era casi imposible lo que queríamos hacer.

Hoy, más que nunca, ya no creemos en “imposibles” y nos hacemos eco de lo que dijo Muhammad Alí (en español):

“‘Imposible’ es sólo una palabra que usan los hombres débiles para vivir fácilmente en el mundo que se les dio, sin atreverse a explorar el poder que tienen para cambiarlo. ‘Imposible’” no es un hecho, es una opinión. ‘Imposible’ no es una declaración, es un reto. ‘Imposible’ es potencial. ‘Imposible’ es Temporal. ‘Imposible’ no es nada.”