Parece que todo lo que nos sucedió en Ameghino fue como una inyección de energía. El siguiente destino era General Villegas y teníamos por delante más de 50 kilómetros para pedalear que hicimos sin problemas en un tiempo record.

Cuando llegamos al parque municipal, aprendimos una nueva lección: hay que dejar que las situaciones fluyan, si las forzas no van a salir como uno quiere o imagina.

Aprovechamos para descansar y hacer unos arreglos a las bicis como la limpieza de las cadenas. También recibimos la visita de Natali y Emanuel, con quienes tomamos mate, charlamos, nos reímos, además de continuar cultivando una linda amistad y darnos un enorme empujón para seguir nuestro sueño.

Al otro día continuamos viaje pedaleando los últimos kilómetros de la ruta 188 en la provincia de Buenos Aires con el sol que pegaba fuerte y un viento que por momentos era cruzado y por otros se volvía en contra.

Llegamos a Banderaló, un pueblo que está cerca del límite con La Pampa, con mucho calor y sed de tomar algo bien pero bien frío. En lo posible, la gaseosa de lima limón.

Sobre la ruta había un restaurant que tenía muchos árboles alrededor. Cuando nos estábamos acercando, salió Bauti (un nene de unos 3 años) a recibirnos. Atrás su mamá que nos ofreció entrar al local a descansar. Si lo de las radios nos pareció increíble, que nos permitan entrar con las perras a un restaurant era algo que ni teníamos en mente que nos suceda.

Compramos una gaseosa y pedimos unas papas fritas (algo que veníamos teniendo de antojo). Bauti, con todo el amor y ternura que un niño puede tener, le trajo un tarrito con agua fresca para Pioja y Pumba. Su preocupación era que ellas estén bien y hasta les ofreció comida de sus perros.

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Cruzamos la línea imaginaria que separa a las provincias de Buenos Aires y La Pampa (donde también está el límite con Córdoba) y comenzamos a pedalear la misma ruta pero con el sentimiento de orgullo de haber cruzado “la primera frontera”.

El policía que se encuentra controlando el tránsito siempre se acordará de nosotros. A medida que se iba acercando, Ale le pidió que no lo frenara porque venía con viento a favor. De todas formas, la velocidad con la que nos movemos nos permitió contarle de dónde veníamos y hacia dónde íbamos.

El primer lugar que visitamos en La Pampa fue Bernardo Larroude. Habíamos averiguado sobre el parque municipal y nos habían dicho que estaba en el cruce entre la ruta 188 y la ruta provincial 1. Grave error el nuestro al no preguntar en la entrada del pueblo. Hicimos 5 kilómetros de más (2 y medio de ida y los otros de vuelta) porque el parque está dentro de la localidad.

En Larroude hay un parque con aguas termales pero estaban cerradas por refacción. Así que solo nos dispusimos a relajarnos y descansar unos días. El domingo observamos como en las parrillas se hacían asados a leña y nos dieron ganas de probar. Compramos unas papas (seguíamos con el antojo de esta verdura) e incursionamos sobre cómo prender el fuego con leña en vez de carbón. Fue divertido y, para ser la primera vez, nos salió bastante bien.

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El paisaje que predomina en la Ruta 188 en La Pampa y San Luis

 

Desde General Villegas hay que tener cuidado con el consumo del agua porque la misma no es potable. Es muy salada a causa de poseer arsénico. Se debe ir a buscar a plantas potabilizadoras con bidones o pedir en algunas casas que tengan pozo o aljibe.

Algo que aprendimos: es mejor preguntar si el agua se puede tomar. No todos pueden entender de la misma manera la palabra “potable”. En lo posible, preguntar si ellos mismos toman agua de la canilla. Porque si te dicen que se puede tomar pero ellos compran agua mineral por algo es.

El trayecto de Larroude a Realicó también fue bravo. El calor no nos perdonaba y nosotros que no podíamos levantarnos temprano y aprovechar la brisa de la mañana para avanzar unos kilómetros.

En Realicó estuvimos cuatro días, de esos que al mediodía no había árbol que te de la sombra necesaria para no sufrir el calor y descansar un poco. Eso sí, a la noche refrescaba y era un alivio. Pero a la mañana, ya desde las 8, nos teníamos que levantar y salir de la carpa porque la temperatura subía rápidamente hasta los 30 grados.

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Otro paisaje predominante al costado de la ruta 188 en La Pampa y San Luis

Elegimos mal el día para salir. Creímos que el calor nos iba a dar tregua pero no fue así. El agua que llevábamos para ir hidratándonos se calentaba lo suficiente como para hacer un té. Pero, por suerte, siempre encontramos en el camino esas personas que nos salvaron y nos convidaron agua fresca.

Al mediodía entramos al pueblo de Quetrequén buscando un refugio para descansar. Imagínense la sensación térmica del lugar que nos sentimos en una de esas películas donde los protagonistas llegan a un pueblo fantasma. ¡No había nadie! ¡Ni un perro!

El único que salió a buscarnos con el auto fue el comisario y nos recomendó ir hasta el parque municipal a almorzar y esperar a que baje el calor antes de continuar.
En el lugar había un bar. Entré a preguntar si se podía tomar el agua de la canilla y un señor (que lamentamos no preguntar su nombre) nos regaló dos sifones de soda.

Es increíble cómo el agua fría nos revitaliza en cuestión de segundos. Venimos cansados, sin fuerzas, la garganta seca, las piernas cansadas y de ánimo caído para que tan solo un vaso en una temperatura inferior a 10 grados nos levante y nos haga sentir que estamos como nuevos.

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Eso mismo nos sucedió cuando llegamos a la entrada de Rancul. En un restaurant nos convidaron con agua recién salida de la heladera y fue espectacular.

Una anécdota que quedará por siempre es lo que encontramos ese día al costado de la ruta. ¡Media docena de facturas! Si, como lo leen. Nosotros creemos que fue algún auto que pasó y que más adelante nos las dejaron. Y esto será un ítem en una lista que se agranda todos los días con cosas que nos encontramos.

En Rancul fue la primera vez que dormimos en la carpa sin el sobre techo. Era tan alta la temperatura a la noche y, como estábamos solos, decidimos que no hacía falta ponerlo. Fue re lindo dormirme viendo las estrellas y levantarme observando el cielo, los árboles y con el mejor despertador que tengo desde que salimos: el canto de las aves.

Por las Rutas del Mundo en Bici - La PampaLa carpa sin el sobre techo

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También aprovechamos para hacer una cuarta reorganización de las alforjas como para tener más a mano las cosas que usamos todos los días y hasta el día de hoy creemos que fue lo mejor. Eso sí, en breve se viene la segunda encomienda a Buenos Aires con objetos que vinieron de más.

En La Pampa no solo sufrimos del calor, también del viento en contra y a medida que nos acercábamos a San Luis, también nos encontrábamos con las primeras subidas.

Como es costumbre en Ale, cuando llegamos al límite con San Luis, hizo un chiste para romper el hielo. “No me pidas la licencia de conducir porque no tengo”. La policía se río hasta que le dijimos que queremos llegar a Alaska en bicicleta.

– “No puedo poner a Alaska. ¿Algún lugar más cercano al que vayan?”

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Nueva Galia fue la primera localidad de San Luis que visitamos. Mucho nos habían hablado del pueblito con un enorme casino.

Las opiniones respecto a los lugares dependen de dos (o tres mejor dicho) factores:
1 – Las personas con las que interactúas y sus actitudes para con uno
2 – El clima del lugar
3 – La suma de las dos anteriores.

Obviamente que las pocas personas de un lugar no hacen a un pueblo. De hecho, luego de haber tenido un día muy difícil, logramos encontrar con aquellos que hacen la diferencia. En este caso fue el dueño de la estación de servicios de la entrada que nos permitió acampar en su patio y bañarnos. También usamos el lugar como espacio para emparchar la rueda trasera de mi bici que, gracias a las hermosas rosetas, pinché por primera vez.

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Los cardos son los únicos que soportan el intenso calor de La Pampa y San Luis

 

Al día siguiente, si bien el cuerpo nos pedía un poco más de descanso, emprendimos el viaje hasta Unión. Ahora si se vendrían las subidas y seguiría el calor que no nos abandonó ni un minuto. De hecho, al mediodía nos impidió continuar. Pero así como encontramos comida que, creemos, nos deja alguien que nos vio al pasar, también hallamos oasis en el desierto (y esto es literal).

En el mapa figuraba un puntito que, según lo que veníamos viendo, sería un pueblito muy chico pero pueblo al fin. Faltaban 2 o 3 kilómetros para llegar cuando pasamos por la puerta de una estancia que tenía las tranqueras abiertas.

– “¿Paramos a pedir un poco de agua?” – le dije a Ale.
– “Falta poco para Polledo pero dale” – me contestó.

Nos bajamos de las bicicletas, agarré las botellas y entré. Golpeaba las manos y nada. Miro hacia atrás y veo que Ale le hace señas a dos chicos que entraban en una de esas maquinas agrícolas enormes.

Nos convidaron con agua fresca y nos regalaron dos botellas, una completamente congelada y otra con mucho hielo para poder tomar mientras almorzábamos. Ah sí, porque también nos permitieron quedarnos a la sombra hasta que el calor y el sol nos den un poco de respiro. También nos dieron la “grata” noticia de que Polledo no es un pueblo sino una estación de tren abandonada a más de 5 kilómetros de la ruta.

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Además de las facturas, encontramos un cargador de celular nuevo, sin abrir y para el modelo de nuestro celular.

A las cuatro de la tarde volvimos a pedalear, quedaban 30 kilómetros y sabíamos que tardaríamos más de lo normal porque el calor no daba tregua.

Y no solo la temperatura del ambiente hizo difícil el camino, también las subidas. Pero no cualquier subida, eran de esas que una vez que llegas a la cima, del otro lado no te espera una bajada sino otra subida y así como cinco seguidas hasta llegar al pueblo.

En Unión nos estaban esperando una familia amiga de Jackie y Mariana. Nos habían dicho que preguntemos en la estación de servicios cómo llegar a la casa de Gabriela y que allí nos indicarían. Estábamos un poco incrédulos. “¿Quién nos va a decir cómo llegar a unos desconocidos?”.

Mientras tomábamos algo fresco, varias personas se nos acercaban a preguntarnos tanto por el viaje en bicicleta como por Pioja y Pumba. La mayoría estaba preocupada por el camino que teníamos por delante. Desde Unión hasta Genera Alvear en Mendoza hay 160 kilómetros, entre los cuales casi todos afirman no haber nada más que desierto y monte a los costados. Solo una persona, el pastor Justo, nos dio el dato de dos parejas que viven en el trayecto. Una familia en Canalejas y un matrimonio a 50 o 70 kilómetros más adelante. Anotamos los nombres y fuimos a pedir que nos guíen hasta la casa de quienes nos recibirían.

Luego de reírnos porque nos dijeron que quedaba “bien bien al fondo” y que eso representaba 8 cuadras (no porque sea chico el pueblo sino que apenas lo menciono yo me imagine que eran como 30 cuadras y no daba mas), llegamos a la casa de Gaby.

Nos esperaban con unos ricos mates y de a poco nos fuimos enterando de la vida de los 8 integrantes de la familia y ellos preguntando y asombrados de nuestro viaje y forma de vida.

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Con Gaby y parte de su hermosa familia. ¡Muchas gracias por recibirnos!

Al otro día, Ale recuperó fuerzas durmiendo 14 horas seguidas. Imagínense mi cara cuando tenía que explicar que él suele dormir mucho. Y yo, que amo hablar y relacionarme con las personas, tuve una larga charla con Gaby, a quien apode “madre coraje” y en pocos minutos comencé a admirar.

Como siempre digo, no es casualidad lo que sucede ni a quien te cruzas. La similitud en varios hechos que nos marcaron y marcan a diario con quienes nos encontramos, a veces nos pone la piel de gallina y en este caso no fue la excepción.

Nos despedimos temprano de la familia y salimos a recorrer los últimos kilómetros de ruta en la provincia de San Luis.

¿Qué nos pasó en esa ruta casi desierta? En la próxima publicación les vamos a contar cómo el viajar en bicicleta te da la posibilidad de ver y vivir mucho donde otros, viajando a 100km/h, solo ven montes y desiertos.