Hola.

Sí, es raro empezar un texto con un “hola” salvo que sea una carta.

Y es que este texto será una especie de carta.

Porque hoy necesito escribir y describir toda la mezcla de emociones y sentimientos que tengo.

¿Te pasó alguna vez enterarte que una persona, no importa si es familiar o no, le hayan diagnosticado una enfermedad “terminal”?

Es decir, una de esas enfermedades que no tienen cura o que tienen una estadística muy alta de no poder recuperarse. O esas que te van consumiendo de a poco…

En fin, espero que me entiendas a qué me refiero.

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¿Y qué fue lo primero que se te vino a la mente?

Que le queda poco tiempo. ¿No?
Cuestión de meses o semanas, en algunos casos.

Es más, lo reconozco, hasta yo he pensado en un reloj que, en vez de sumar las horas, es algo así como una cuenta regresiva que las va restando.

También, hasta di por sentado que esas personas se van a morir antes que yo.

¿Por qué? Porque tienen una enfermedad terminal.

Que se termina la vida.

Pero… ¿Sabés qué?

No hace falta tener una enfermedad terminal para que se termine la vida.

Todos, absolutamente todos, tenemos una hora y no sabemos cuándo va a ser.

Damos por sentado que tenemos toda una vida por delante.

Hasta que nos dan un diagnóstico que nos pone en jaque.

Porque esa mezcla de miedo e incertidumbre y hasta curiosidad por no saber, a ciencia cierta (porque cada uno tiene su creencia personal) que sucede después, nos hace como olvidarnos que la vida en sí, es terminal.

Que no hace falta que ningún médico nos lo diga.

¿Y entonces?

¿Qué estamos haciendo?

¿Por qué dejamos de lado nuestros sueños para “más adelante”?

Y no hablo solo del sueño de viajar por el mundo.

Me refiero a cualquier sueño, cualquier proyecto.

También hablo de las ganas de hacer eso que nos gusta pero, por una cosa u otra, la dejamos para después.

¿Después cuándo?

¿Mañana? ¿la semana que viene? ¿el año que viene? ¿Para cuando seas “grande”?

¿Qué edad tenés? ¿18? ¿25? ¿30 y muchos?

¡Ya sos grande!

Pero más allá de eso, porque sé que cuando se habla de “grande”, es pasando los 50 o los 60, e incluso los 70 porque cada vez se corre la edad en la que uno puede jubilarse…

¿Por qué estamos esperando? ¿Esperando a qué?

¡La vida es ahora!

Y no, no lo digo solo porque es una frase armada (que todas las son, pero es otro tema).

Lo digo porque es verdad.

¡Despertate!

No hace falta que te diagnostiquen una enfermedad terminal para darte cuenta que la vida termina.

La vida, tal y como la conocemos, tiene fin (o principio, de acuerdo a tu creencia).

Sí.

No voy a decir que la vida es una enfermedad, pero sí que es terminal.

Que ni yo, ni vos, ni nadie tiene un reloj diferente.

Y perdón si suena a pesimista, pero en los últimos meses hasta me planteé lo siguiente.

Nos encanta creer que el reloj nos suma horas. Que va para adelante.

¿Y qué pasa si en verdad el reloj nos va quitando horas, minutos, segundos hasta llegar al momento de irnos de este mundo?

¿Lo pensaste?

Sí. Como un cronómetro.

Que cuando nacemos, en algún lado le ponen equis cantidad de segundos y empieza a contar hasta llegar a cero.

¿Te agarró desesperación? ¿Angustia?

Eso… eso es porque tomaste conciencia. El famoso “te hizo clic”.

Pero la idea de esta especie de carta no es que te largues a llorar, que te deprimas.

Que puede que lo estés haciendo y quiero que sepas que te entiendo y que, a la distancia, te acompaño en el sentimiento.

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¿Pero sabés qué?

Ahora que te diste cuenta, intenta ponerte las pilas (como decimos en Argentina) y que significa que no te des por vencido.

Todos tenemos responsabilidades. Independientemente del tipo de vida que llevemos.

No dejes de hacer lo que te gusta, lo que te hace bien. No dejes tus sueños para un “más adelante” que no sabemos si existe.

Porque no lo sabemos.

¿Sabes la cantidad de personas que me han contado que un familiar tenía un sueño pero que no lo pudo cumplir porque lo vinieron a buscar antes?

Antes.

¡NO!

Ese es el error. Pensar que somos inmortales o que nos vamos cuando nosotros queremos.

Nada ni nadie nos viene a buscar antes de tiempo.

Ese “antes” tendría que haber sido cumplir el sueño en vida. O intentarlo al menos.

¿Sabes la cantidad de personas que me han dicho que van a hacer tal o cual cosa cuando sean más grandes?

Capaz estás leyendo esto y uno de esos fuiste vos.

Y un montón de veces he contestado de manera dura: ¿cómo sabés que vas a llegar a ser “más” grande?

Recuerdo que un par de veces me han dicho que porque estaban sanos o bien de salud o no me han respondido.

Como si eso fuera garantía de algo.

No.

La única garantía es que esto, la vida, tiene fin y que lo mejor que podemos hacer es no postergarla.

No dejarla para un futuro incierto.

No dejarla por miedo a que no salga como uno lo soñó o le gustaría.

El 2 de octubre de 2012 salí a viajar pensando que llegaría hasta Alaska en un motorhome.

¿Y?

Todavía estoy a tiempo, lo sé. Pero, las cosas no salieron como me las imaginaba y aún así, no bajé los brazos.

Al contrario, fui y sigo buscando la manera de cumplir mis sueños (porque no tengo uno solo).

Y porque uno va cambiando. Y está bien que así sea.

Ahora no tengo eso de querer llegar a Alaska sino que quiero recorrer todo lo que pueda.

Y ese «todo lo que pueda» no es falta de ánimo.

Es porque soy consciente que no depende de mí al cien por ciento.

Porque tengo un objetivo y es que cuando mi cronómetro llegue a cero, quiero que me encuentre haciendo algo que me guste, cumpliendo un sueño o intentándolo al menos.

Después de leer todo esto, tengo un par de preguntas para vos, para mi, para todos.

¿Tomaste conciencia de que no es necesario una enfermedad terminal para que la vida se termine?

¿Qué estás haciendo para que no se te pase la vida o para que no “te lleven antes”?

¿Tenes una lista con las cosas que te gustarían vivir y experimentar?

Si la respuesta es no, hacela. Si la respuesta es sí… ¿cuáles son tus prioridades?

Te pido disculpas si esta especie de carta te sacudió y te hizo plantearte todo de nuevo.

Es que en los últimos meses, todo esto es lo que fui intentando procesar y me queda mucho.

Que a Pioja le hayan detectado un tumor en el cerebro (imposible de operar) me puso en jaque. 

Se que ella es una de las perras que tuvo suerte. Que recibió amor desde el momento que la conocimos y vino a vivir con nosotros.

Que no muchos perros (e incluso personas) tienen en su haber miles de kilómetros recorridos y tantos paisajes conocidos acompañada de sus seres amados.

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Hoy Pioja se hizo eterna. 

Se me caen las lágrimas. Pero tengo una sonrisa en la cara.

Cuando empecé a contar lo de Pioja, la mayoría me decía “pobrecita”. Y lo reconozco, me enojaba eso.

Ponía cara seria y pensaba: “¿pobrecita?”.

Ella disfrutó cada momento. 

Jugar a la pelota, comer, tomar sol, meterse debajo del acolchado en invierno, correr una mariposa, olerse con otros perros, extasiarse con el viento en el hocico mientras viajábamos, correr incluso cuando hace tres años nos dijeron que no iba a poder volver a caminar. 

Todo lo hizo cuando podía hacerlo.

No espero a ser más grande.

Si bien no me gusta eso de “pobrecito” porque me suena a tener lástima, yo creo que lo pensaría de alguien al que le llegó el cronómetro a cero y no sabe qué hizo de su vida.

No es el caso de Pioja.

Y deseo que no te pase.

Mejor dicho, que no se te pase.

Pioja se fue rodeada de amor y, por lo menos a mí, me dejó una gran lección de vida.

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Gracias negra hermosa por haber sido parte de mi vida.

Te amo.

¡Nos vemos a la vuelta!