El sol se terminó de esconder y todavía no eran las 7 de la tarde. Sabíamos que estábamos cerca de una estación de servicios pero desconocíamos si nos iban a dejar pasar la noche allí. Esta es una costumbre en Argentina, no conocíamos como sería en Chile.

 

Ruta 3

Primero, cargamos combustible y después preguntamos. Quien nos atendió no sólo nos dijo que no había drama sino que nos recomendó el lugar donde estacionar y no ser molestados.

Al otro día teníamos por delante 400 kilómetros, es decir, ocho horas como mínimo de viaje. Antes de salir, nos preparamos y Ale decidió pasar al baño de la estación. Volvió y me comentó sobre una reflexión que tuvo. Voy a intentar transmitirlo de la mejor manera.

Mientras él estaba mirando el techo blanco y trababa la puerta con el pie, se dio cuenta donde estaba. Si, era el tercer día desde que pasamos la frontera. Recordó que antes de que tomemos la decisión de viajar, nunca se imaginó estar en otro país. Siempre creyó que por sus posibilidades económicas no iba a poder costear un viaje fuera de Argentina. Si para viajar dentro del país por 15 días tenía que ahorrar todo un año, necesitaría dos o más para poder cruzar la cordillera.

Ahora estaba ahí, luego de haber recorrido más de 9000 kilómetros, de haber visitado más de 50 lugares diferentes e increíbles, grandes ciudades, pequeños pueblos, lagos, ríos, lagunas, glaciares, cerros, hasta un volcán y cruzado la cordillera; de haber conocido más de no sé cuantas personas, algunas nos recibieron en su casa, otros nos cruzaron y se quedaron un buen rato charlando, con otros compartimos ruta, otros que nos dejaron grandes enseñanzas, con otros aprendimos que el idioma no es un límite y hasta supimos romper los estigmas y fantasmas que hay detrás de lo desconocido.

Y ahora estaba ahí, en un baño de una estación de servicios en la autopista panamericana yendo a Santiago de Chile. Vuelve y se sienta al frente de El Forastero, me mira y me dice: 

“Si no hubiese salido de casa para viajar, 
eso si hubiera sido una cagada”.