Recomendación:

Se viene un texto largo. ¿Para qué vamos a mentirte?  😆 

Así que te sugerimos que te prepares unos buenos mates o un rico café o té para acompañar esta segunda parte de: Una vuelta a Buenos Aires de película (para todos los gusto)😀 


Atrás iban quedando las calles de Canasvieiras. Un poco de “no sé qué” se iba presentando en mi. “¿Estaba sintiendo nostalgia o melancolía? ¿Tan rápido? ¿Acaso no estaba preparada para irme y estaba experimentando una especie de “saudade”?”

Cuando comenzamos a cruzar el largo puente que une a la Isla de la Magia, Florianópolis, con el continente, empecé a reflexionar sobre las vueltas de la vida.

Hacía un poco más de dos meses que habíamos atravesado el mismo puente en dirección opuesta sin ni siquiera poder imaginarnos un uno por ciento de lo que estaba ocurriendo ahora.

Y eso es lo que más me gusta. El no predecir nada, el dejar que todo ocurra, el tener esa sensación de que todo está o va a estar bien, a pesar de las tormentas, que solo hay que dejarlas pasar, porque todo pasa, todo. Incluso la vida si uno la deja ir o se pelea con ella queriendo controlarla. Hay que dejar(la) ser.

Sí. Toda esa reflexión por cruzar un puente que nos recibió arriba de una kombi blanca y brasilera y nos despedía en una kombi azul y argentina.

Paramos en un supermercado mayorista. Queríamos comprar los productos brasileros que se volvieron parte de nuestro menú y que no sabemos (todavía) si los podemos conseguir en Argentina.

Farofa, Tapioca, Paçoquitas (dulce de maní muy parecido al mantecol), leche de coco (está mucho más barata que en Argentina), dulce de gobaiada (¿se acuerdan del vídeo donde lo probamos y que mucho no me había gustado? ¡Ahora me encanta!) y cerveza de todo tipo y marcas para la colección de latas (qué buen chamuyo, ¿no?).

productos brasileros que son parte de nuestro menu diario - tapioca farofa pacoquita dulce de gobaida

Se están acabando las Paçoquitas. 🙁

La ruta se iba volviendo conocida a cada kilómetro. Cuando estábamos cerca de Praia do Rosa, el corazón me empezó a latir un poco más enérgico. Sin dudas, es un lugar que nos marcó y en el cuál dejamos una buena parte de nosotros.

Desde ahí, para atrás o para adelante, cómo quieran verlo, sería todo el camino recorrido en bicicleta.

Se me hizo un nudo en la garganta. Observaba cada rincón y pensaba en silencio: “¿Todo esto lo hice pedaleando?”

Lo mismo nos pasó cuando volvimos a dedo desde Chile. Ver como en un vehículo recorres en un par de horas la distancia que a uno le llevó días enteros, es un shock. Te hace valorar mucho más la sensación de distancia y tiempo.

Por momentos no tomo consciencia ni dimensión de todo lo que significa viajar en bicicleta. Pero la emoción, el nudo en la garganta y las pocas lágrimas que cayeron eran de felicidad y satisfacción por lo logrado.

Cuando me toca ser copiloto de Ale, estoy firme como un soldado, al lado, tomando mate, hablando, sacando fotos, acomodando a Pioja y Pumba. Cuando el que maneja es otro, le paso el mando de copiloto a Ale y yo me dedico a dormir.

¡En serio! No sé por qué pero los vehículos tienen un efecto somnífero sobre mí. En verdad si sé el motivo. Mis abuelos, cuando era bebe y me quedaba con ellos, para que durmiera la siesta, me sacaban a pasear en auto y, en cuestión de cuadras, ya estaba durmiendo bien profundo.

Cada tanto abría los ojos y preguntaba a dónde estábamos. Miraba por la ventanilla y otra vez volvía a las profundidades del sueño.

No sé si me despertó el movimiento hacia atrás o el sonido de la marcha trasera. Me comentaron que estábamos en una estación de servicios a unos 20 kilómetros de Osorio, como teníamos previsto, y que ahí pasaríamos la noche.

Entre bostezos, decidimos qué comer y proyectar el día siguiente. La idea inicial era armar nuestra carpa al lado de la kombi. Pero como el plan incluía despertarse tan temprano como el sol, nos pareció que no valía la pena tanto trabajo por un par de horas. Así que, nos acomodamos los cuatro en el asiento delantero.

Tomamos algo caliente y salimos a la ruta. Cada vez estábamos más cerca de la frontera con Uruguay. No íbamos a pasar directamente a Argentina por el cruce “Paso de los Libres”, sino que por un tema burocrático, debíamos ingresar a Uruguay y luego entrar por el paso de Paysandú-Colón.

Lo único que no queríamos era transitar la Ruta 26 de Uruguay de noche porque Nico, a la ida, confirmo que, además de ser mano única, está en pésimo estado y no tiene ni estaciones de servicios ni nada en más de 200 kilómetros.

Por las Rutas del Mundo una vuelta a buenos aires de pelicula farofa y pororoca

Farofa junto a la Pororoca, la mañana antes de salir y comenzar con esta vuelta a Buenos Aires de película.

Hacía mucho calor. El ambiente estaba pesado. Por momentos, el aire acondicionado “al natural” de la kombi no era suficiente y el hielo del día anterior ya no existía, por lo que las bebidas no estaban frías.

En Rosario do Sul paramos a cargar combustible y comprar algo para almorzar y luego pasar la tarde en la ruta. Si todo salía como teníamos pensado, a la noche llegábamos a Paysandú y, al otro día, ya transitaríamos por rutas Argentinas hasta Buenos Aires.

Estábamos a 90 kilómetros de Santana do Livramento, frontera con la ciudad uruguaya de Rivera y teníamos fe que los trámites aduaneros los íbamos a hacer rápido.

En esos últimos kilómetros en Brasil empezamos a notar que la kombi estaba como ahogada. Nico comentaba que le estaba costando andar.

Llegamos a Santa do Livramento y fuimos a cargar combustible porque teníamos casi 300 kilómetros hasta Paysandu, y si bien habíamos cargado un bidón de 20 litros en Rosario do Sul, como se suele decir: “mejor que sobra a que falta” y más en una ruta sin estación de servicio como la que teníamos por delante.

Pero la Pororoca no quiso arrancar. Tras varios intentos, Nico lo logró y buscamos dónde estacionar para que mientras hacíamos los trámites fronterizos, se examinara cuál podía ser el problema.

Primero fuimos con Catriel mientras Nico se quedaba con Ale y las tuchis viendo el motor de la kombi. Me llevé el pasaporte de Ale, a pesar de que el dijo que era imposible que yo pudiera hacer su trámite sin él presente, iba a intentar.

Cuando llegamos, a Catriel le pidieron el visto de entrada. Ese papel blanco que te dan al ingresar y que es lo más importante (si no es lo único en verdad) que hay que conservar. Yo le digo que vaya a buscarlo, que si no tiene que pagar una multa o quedar debiendo al gobierno de Brasil, mientras yo hacía nuestros trámites.

A mí también me los pidió, pero yo le comenté que, al hacer la renovación de la visa de turista, en la Policía Federal sellaron nuestros pasaportes y se quedaron con el visto de entrada.

En ese momento escuché que el compañero le dice que si entramos con pasaporte, no es necesario el visto de entrada.

Volvió Catriel sin el famoso papel blanco y le dije que no se preocupe, que diga que como él entró con pasaporte le dijeron que no era necesario ese papel y de esa forma logramos salir del edificio con los sellos en el pasaporte. Sí, hice el trámite de Ale sin que él esté presente.

La Pororó seguía haciendo renegar a Nico que, cuando llegamos, se fue a hacer el trámite mientras Catriel se ponía a investigar sobre otras posibles variables que podían hacer que la kombi no arrancara.

Una de las posibilidades era que la bomba de nafta estuviera necesitando vacaciones indeterminadas. Lo más “gracioso” es que había cual repuesto se puedan imaginar menos el que precisábamos.

Ya nos estábamos poniéndonos nerviosos. Seis de la tarde un viernes en una ciudad fronteriza. El sol se iba escondiendo pero el calor no aflojaba. ¿Dónde íbamos a encontrar un repuesto de la bomba de nafta? Y… ¿Sería esa la solución?

Cuando se nos agotaban las ideas, aparece el dueño de la casa donde estábamos estacionados en frente. Pensamos que venía o a sacarnos o a chusmear.

Comento que hacía un rato había vuelto de vacaciones y que es mecánico, si precisábamos ayuda. Los chicos le comentaron lo que sucedía y que, posiblemente, el problema fuera la bomba de nafta.

¡Adivinen qué! Tenía un repuesto de un fusca (el escarabajo) que es el mismo motor que las kombis.

Mientras lo iba a buscar, empezamos a hacer chistes de cuánto nos iba a costar el repuesto. “¿Se pagará las vacaciones con nosotros?”

Y no. Nos cerró “eso” y mucho más porque el precio, convertido a pesos argentinos, fue mucho más económico que comprarlo en Argentina y sin tener en cuenta nuestra situación de extrema urgencia.

Colocaron la nueva bomba de nafta, costó que arranque (producto de los varios intentos anteriores, seguro que se “ahogó”) pero arrancó y salimos rumbo a Rivera para hacer el ingreso a Uruguay, trámite que logramos hacer sin ningún inconveniente (y otra vez, Ale no estuvo presente).

viajando en kombi desde florianopolis hasta buenos aires

Nico, el comadante, Catriel de copiloto y Pumba de supervisora. 🙂

El sol se estaba yendo, así que el plan de atravesar la ruta 26 hasta Paysandú estaba descartado. Podíamos ir hasta Tacuarembó y, al otro día, hacer el tirón hasta Buenos Aires.

Pero el universo tenía otros planes para nosotros y se olvidó avisarnos.

De Rivera hasta Tacuarembó teníamos 115 kilómetros. Era de noche, pero la tranquilidad de Uruguay nos daba confianza para seguir.

La Pororó comenzó a presentar problemas de nuevo. Se ahogaba, se apagaba y luego le costaba arrancar. Así lo hizo unas 3 o 4 veces hasta que en una subida (no tan pronunciada, de hecho), justo en la parte más alta, decidió empacarse en el medio de la ruta.

De manera muy rápida, corrieron la kombi a la banquina. Nico ya mostraba signos de no saber realmente qué estaba pasando.

Si con bomba de nafta nueva, seguía ocurriendo lo mismo. ¿Qué era?

De lado contrario, había una gran entrada con un cartel de “zona de camping”. Cruzamos la ruta y vimos que estaba abandonado. Pero eso no nos preocupaba, habíamos encontrado el lugar ideal para estacionar la kombi y decidir qué hacer.

Todos estábamos ansiosos por seguir camino pero si la Pororó no quería, había que cambiar los planes.

El calor húmedo nos fastidiaba. Nos sentíamos un pegote dentro de la kombi. Nico agarro una manta, la puso en el suelo y se acostó.

Con Ale hicimos lo mismo. Cada uno abrazó a una de las perras y nos pusimos “Los Simpson” en el celular para distraernos un poco hasta que el sueño nos venció a los cuatro.

Lo siguiente que recuerdo es levantarme sin entender nada de nada e irme al asiento delantero de la kombi con Pioja y Pumba mientras maldecía a los mosquitos.

Cuando fui a buscar el celular, vi una escena de película.

La única luz que había era una de la ruta. La lámpara era de esas que alumbran ámbar. Por lo que todo estaba teñido de ese color mezclado con la oscuridad de la noche porque la luna estaba detrás de unas nubes.

No se escuchaba nada. Nos separaban unos 15 metros de la ruta, por lo que, si pasaba algún vehículo, lo advertiríamos.

A unos metros de la kombi, sobre lo que en su momento fue el camino de entrada al camping, estaba Nico semi tapado por la manta.

Unos dos o tres metros hacia la izquierda, estaba Ale, boca arriba. Sabía que era él por la forma de su cuerpo, porque se había tapado de forma total. Se ve que los mosquitos lo llevaron al límite de no importar el calor sofocante.

Y si girabas un poco más, lo encontrabas a Catriel. El estaba de costado y, también, casi tapado.

durmiendo al costado de la ruta en uruguay - vuelta a buenos aires de pelicula

Él, antes de dormirse, sacó una foto con su celular. No es la mejor imagen pero ayuda a graficar lo que les estoy relatando.

Me fui a acostar pensando en que más de uno que pasara por la ruta y veía hacia al costado, de seguro hubiera pensado que era la escena de un crimen al mejor estilo “Pablo Escobar”.

De a poco se alumbraba el ambiente cuando Nico intentó darle arranque a la kombi. Nos sorprendió que encendiera “como si nada”. Empezamos a hacer chistes sobre casualidades y situaciones “sobrenaturales” porque sentíamos que estaba sucediendo algo muy extraño.

No perdimos tiempo en preparar el desayuno. Ya habría tiempo cuando lleguemos a Tacuarembó. Pero, por más que eran pocos kilómetros, el viaje fue más largo de lo previsto porque la Pororó se empacó varias veces, demasiadas.

Mientras tomábamos café, mirábamos al cielo que se había transformado en una cortina de grises y amenazaba con llover. Eso, por un lado, lo agradecíamos porque el calor estaba bajando y ya estábamos buscando los abrigos. Pero, por el otro, pensábamos qué tan bueno sería viajar bajo una tormenta en un vehículo que presentaba problemas mecánicos.

Optamos por seguir, a pesar del posible pronóstico, esperanzados con que ocurra un milagro: o que descubramos el misterio de por qué estaba funcionando mal el motor de la Pororó o que se corte el conjuro que nos habían enviado porque ahora teníamos por delante lo kilómetros de la tan temida Ruta 26.


¡Apa! ¿Cortamos la historia en la mejor parte?
No te preocupes, podes seguir leyendo la tercera parte.

Eso sí, preparate porque se viene mucha acción, suspenso y hasta terror. Porque ya lo dijimos, fue una vuelta a Buenos Aires de película (para todos los gustos).

[LA TERCERA Y ÚLTIMA PARTE LA PUEDEN LEER EN ESTE LINK]

Para leer la primera parte de esta historia: «Una vuelta a Buenos Aires de película (para todos los gustos) [1]».