Cuando Ale me propuso la “loca” idea de viajar en bici, en mi cabeza se prendió una luz roja y la máquina de los miedos comenzó a crear los mil motivos para que mi respuesta sea un “no” rotundo.

Desde “cómo vamos a viajar con Pioja y Pumba”, pasando por el “tengo menos estado físico que una babosa” hasta “no ando en bicicleta desde los quince años y no sé usar los cambios”.

Viajando en bici por la Ruta 7 en Buenos Aires

Lo reconozco, que yo sea la protagonista de un viaje en bicicleta lo veía como algo imposible.

El día que Ale me mostró más de diez ejemplos de cicloviajeros que son acompañados por sus amigos de cuatro patas, por un lado me puse contenta y por el otro, me dio miedo.

Si. Miedo con “m” de mucho.

¿Por qué?

Porque al miedo no hay nada que le guste menos que lo desactiven.
Si no… ¿Cómo sería capaz de controlarnos?

Ya no podía redireccionar mi negativa a un tercero, en este caso a Pioja y Pumba. Ahora solo quedaba enfrentada con quien le daba de alimentar a mi enemigo (el miedo) o sea, yo.

Voy a contar un poco de mi historia para que me conozcan más allá de los viajes.

Era una niña muy deportiva y activa. Practicaba natación, patín y gimnasia artística, hockey sobre césped y además jugaba en el patio del edificio con mis vecinos todas las tardes, incluidas las de lluvia.

A los doce años, la vida me puso en una situación extrema: un accidente de auto en el segundo día de las vacaciones familiares. Casi pierdo mi brazo izquierdo, el cual debieron reconstruir (por eso en algunas fotos ven una cicatriz larga y con forma de serpiente).

Si bien hoy agradezco lo que sucedió porque logré encontrarle un mensaje que marcará mi vida (y mi piel) por siempre, fueron momentos muy difíciles.

Los médicos decidieron que la mejor forma de recuperarme era meterme miedo. “Si te caes, te podes quebrar de nuevo y ahí no vamos a poder hacer, te va a quedar el brazo colgando.”

No voy a emitir opinión sobre la forma terapéutica que eligieron porque el post no nació con esa intención.

Estoy contando estos detalles para que puedas comprender mi historia.

El miedo hizo que no quisiera ni asistir a las clases de educación física del colegio. Pedí que me realicen un certificado que me exima de hacer algún ejercicio que pudiera provocar un golpe en mi hombro izquierdo.

Tres años después del accidente me dieron el alta médica y los doctores cambiaron su sentencia: “Ahora si vas a poder volver a hacer tu vida normal.”

¿Normal?. Mi vida normal era tener miedo a todo.

Eso hizo que creciera sintiendo que no era “buena para nada”. Sin confianza en mí, sin autoestima. Sin creerme capaz de lograr lo que me proponía.

Viajar en bici por la costa de Uruguay

Cuando Ale me propuso la, hasta entonces, “loca” idea de hacer un viaje en bici, recuerdo que me largue a llorar y le preguntaba por qué me hacía esto de plantearme algo que él sabía que yo no podía realizar.

Sin estado físico, lo único que hacía antes de viajar era correr el colectivo para no llegar tarde al trabajo o cargar las bolsas del supermercado unas cuadras.

Tenía más de diez kilos de sobrepeso. “¿Se podrá viajar en bicicleta siendo «gordita»?” era lo que pensaba.

Hacía más de quince años que no me subía a una bicicleta. Sé que uno no se olvida de andar en bici pero yo tenía una básica, sin cambios.

Pero Ale me animó. Me dijo que él confiaba en mi y que iba a poder hacerlo.

Viajar en bici por una ruta de ripio y con niebla

Si él creía en mi, ¿cómo no iba a hacerlo yo? Aunque confieso que por momentos creía que estaba ciego con sus ganas de hacer un viaje en bicicleta.

Un día decidí sentarme frente a un espejo y hablarme. Quería explicaciones de por qué tantos obstáculos para enfrentar este nuevo desafío.

¡Si cuando me imaginaba haciéndolo, se dibujaba una sonrisa en mi cara que revelaba que quería intentarlo!

Ese día dejé muy en claro que lo iba a intentar a pesar de todas las frases negativas que existan o presagios de fundamentalistas del cicloturismo.

El día que compramos las bicicletas teníamos que llevarlas del local hasta la casa de mi mamá, unos 6 kilómetros.

“Vamos a hacerlo despacio y con varias paradas para que no nos cansemos.”

Y llegamos. Recuerdo que al otro día, hicimos casi 25 kilómetros y estaba tan contenta.

Pero sabía que no era lo mismo andar en bici que viajar con todo el peso que uno decide llevar (teniendo en cuenta lo que se tiene “por las dudas” que, por lo general, pesa el doble).

Creo que por eso no quise entrenar antes de comenzar el viaje. Tenía miedo de no poder y prefería descubrirlo el mismo día de salida.

¿El problema de no saber usar los cambios? Lo resolví poniendo unos adhesivos en cada palanca.

¿Y las punteras? Probé, probé y probé.

De todas formas… ¡Si que fue un desafío grande!

Sin estado físico, sin entrenar, sin haber andado en bicicleta por más de quince años, con kilos de más en el cuerpo y muchos otros más en las alforjas más un canasto con una de las perras.

¡A qué están pensando que era demasiado! ¿Adiviné?

El día que nos sentimos preparados y que pusimos un pie en la ruta, fue el primer día que me subí a la bici con todo el peso que iba a llevar. No hubo una prueba antes.

Viajar en bici por MendozaA cada vuelta de pedal, se desataba una lucha interna entre “voy a poder” y “no vas a poder” (como si fuera otro el que me lo decía).

En la primera estación de servicios que vimos, paramos. Sentía que ya habíamos recorrido veinte kilómetros. Pero tan solo habían sido cuatro.

Cuando estuve a punto de sentirme mal por estar cansada con tan poca distancia recorrida, me frené y me obligué a sentirme feliz por haberme animado a dar el primer paso.

Siempre cuento lo mismo. El primer día hicimos unos 42 kilómetros desde General Rodríguez hasta Mercedes… ¡en ocho horas!

Capaz caminando llegábamos más rápido. ¿No?

Pero cuando me bajé de la bicicleta, estaba feliz.

“¡Lo hice! ¡Lo hicimos! ¡Lo logramos!”

Si, festejábamos como si hubiéramos ganado un mundial o llegado hasta Alaska y recién eran los primeros 42 kilómetros.

El primer día que viajé en bici

Y así todos los días, una batalla a la mañana, una victoria a la tarde.

De no saber controlar mi respiración, a casi ni tener que pensar cómo hacerlo.

De no saber pasar los cambios, a sacar los adhesivos porque ya no los precisaba.

De no saber ponerme las punteras, a realizarlo sin mirar.

De tardar ochos horas para hacer 42 kilómetros, a no preocuparme por el tiempo ni la velocidad promedio y solo disfrutar.

Así fue como kilómetro a kilómetro fui recuperando la confianza en mí misma.
Los miedos decidieron rendirse porque encontraron que me hacía fuerte cada día.

La frase “no se puede” cambió por un “si se puede”.

Empecé a darme cuenta que, así como tenía fuerza de voluntad y garra para salir adelante y viajar en bicicleta cuando hasta yo misma pronosticaba un fracaso, podía tener esa misma fuerza para lograr hacer lo que me proponga.

Cuando me preguntan qué es lo que más me gusta de viajar en bici, siempre respondo que, además de conocer personas y lugares nuevos todos los días, lo que más placer me da es la satisfacción de haber logrado una meta.

A cada situación adversa, haberle puesto una sonrisa y demostrado que, por más que tarde más de lo “normal”, iba a poder salir adelante.

Viajando en bici por Mendoza

Viajar en bici me devolvió la autoestima, la confianza en mí, la fe de que todo se resuelve de alguna manera y qué no existe una sola forma de hacer las cosas.

A respetar mis tiempos y mi ritmo. A conocerme o, mejor dicho, a redescubrirme.  A dejar salir afuera la mujer con una garra impresionante que hoy no quiere ni se va a dejar vencer tan fácil frente a los miedos.

Porque aprendí que valiente no es el que no tiene miedo, sino el que acepta tenerlos y los enfrenta.

Viajar en bici me enseñó a reparar mi bicicleta

¿Si alguna vez me creí capaz de hacer un mantenimiento a una bicicleta? ¡Nunca! Pero viajar en bici me demostró que puedo hacerlo.

Viajar en bici me enseñó a vivir con mucho menos cosas de las que creía precisaba. Me hizo tener que elegir entre lo que me hace bien y lo que no, para poder dejarlo atrás y que no me genere peso extra.

Me dio la pregunta mágica: ¿si pude hacer un viaje en bicicleta, por qué no voy a poder hacer «esto»?

Y con ese pensamiento puedo llegar hasta donde quiera.

Lo sé, estoy segura de eso.

Mi intención con este post no es que ahora todos salgan a comprarse una bici para hacer un viaje.

Viajar en bici - Presentación de mi bicicleta

Les presento mi bicicleta: «Hakuna Matata». Si, hasta apellido tiene. ¿No es hermosa?

No.

Pero si me gustaría que pienses qué es lo que te gustaría hacer y que por miedo no lo estés haciendo.

No solo hablo de viajar. Puede ser aprender un idioma, tocar un instrumento, aprender fotografía, tener un negocio propio, escribir un libro, aprender a dibujar y/o pintar. Lo que sea.

Hacelo.

No importa qué te digan los de afuera. Lo importante es dejarle en claro al miedo que no va a poder contra vos.

Primero cambiá el “no puedo” por “¿podré?” y después empezá a creerte el “si puedo” hasta hacerlo realidad.

Viajar en bici por Uruguay

No te compares con el otro. Cada uno tenemos una historia distinta y hay que aceptarlo y amigarse con eso.

Una de las cosas que hice, fue escribir mis miedos. De esa forma, por más doloroso que sea, conocía con nombre y apellido a quienes tenía que darles batalla.

Escribí tu historia, tu guión. Animate a ser protagonista de tu propia aventura. No dejes que otros lo hagan por vos y mucho menos, no dejes de hacerlo por miedo “a”.

Para mí, viajar en bici fue mucho más que dar vuelta al pedal por más de 5.000 kilómetros en cuatro países.

Yo no tenía el sueño de viajar en bicicleta porque no lo tenía en mente directamente. Pero haberlo hecho me hizo sentir que hacía realidad un sueño: el de confiar en mí, el de tener autoestima y lograr todo aquello que me proponga.