A veces escuchamos nuestra voz interior y, otras veces, confiamos en lo que el otro nos dice.

A veces la elección es acertada y, otras veces, solo podemos suponer que “por algo será” y que “lo que sucede, conviene”.

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Así intentamos tomarnos lo que nos sucedió el día que nos despedimos del Sr Alemao y su mujer en Frei Sebastiao.

Terminamos de almorzar al costado de la estación de servicios que hay en la entrada de Palmares do Sul y fuimos a consultar si la ruta que se abría hacia la playa era de arena o de tierra.

El empleado me desaconsejó completamente que agarre ese camino. Parecía muy convincente, sobre todo porque tuvo en cuenta que viajamos con mucho peso.

Agarro una factura vieja y me dibujó un mapa detrás con la ruta que nos recomendaba. Debíamos hacer 14 kilómetros hacia el norte hasta Capivari do Sul y luego unos 15 kilómetros más hasta llegar al balneario de Cidreira.

Cuando estábamos próximos a llegar a la primera ciudad, vimos un cartel que nos llamó la atención. Según la señalización de la ruta, nos quedaban por recorrer unos 35 kilómetros más.

Eran las cuatro de la tarde y ya habíamos pedaleado 40 kilómetros. Estábamos cansados pero un poco más podíamos seguir. También dudamos de volver a Palmares do Sul para comentar de su pequeño margen de error al empleado de la estación de servicio.

Volvimos a mirar el mapa y un pueblo nos llamó la atención.

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“¿A cuánto está Passinhos?”

“A menos de 20 kilómetros”

Los dos meditamos unos minutos y salimos en dirección a ese pueblo.

Luego de tantos meses en la ruta, ya tenemos un sexto sentido que nos indica a quién debemos preguntar cuando llegamos a un lugar (aunque a veces también falla).

Primero hablé con un señor que me dijo cómo llegar hasta dónde él creía podríamos quedarnos y, luego, me acerqué hacia el vecino de en frente que me llevó hasta la casa del encargado del predio de deportes.

Así terminamos armando la carpa debajo del techo de los vestuarios de la cancha de fútbol del pueblo.

Nos dormimos viendo la luna y nos despertamos sobresaltados con el ruido de las gotas sobre la chapa.

“¿Está lloviendo?” me preguntó Ale.

“Parece que si”

“¿Pero estaba pronosticado?”

“No, no decía nada”

Me fijé que el celular no tuviera puesta alarma alguna y me di vuelta. Si la lluvia quería que siga durmiendo, le iba a hacer caso.

Cuando abrimos los ojos, la tormenta ya había pasado.

Mientras desayunábamos tranquilos, estuvimos hablando y decidimos que, a pesar de la amenaza de las nubes negras, íbamos a salir igual.

Miramos el mapa y marcamos la ruta. Pero fue en vano. A los 2 kilómetros encontramos un cartel que prometía 25 kilómetros para llegar hasta una de las ciudades de la costa. Eso sí, el camino de tierra.

“¿Querés un poco de aventura?” Ale buscaba desafiarme y lo logró.

Y no nos arrepentimos. Pedaleamos muy tranquilos, viendo los molinos de viento desde abajo, escuchando el zumbido constante.

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En una de las tantas veces que bajamos a Pioja y Pumba para que estiren sus patas, vimos que, al ser tan solitario el camino, podíamos dejarlas que caminen al lado nuestro. En verdad, teníamos que ver si a ellas les gustaba la idea.

¡Y les encantó!  😀 

En Tramandaí nos quedamos una noche en el Cuartel de Bomberos. Nos ofrecieron armar la carpa en el estacionamiento para que estemos bajo techo. Ya nadie puede asegurar cuando va a llover o cuando no.

Con el sol en lo alto del cielo, al día siguiente salimos. Estábamos tranquilos porque los bomberos nos dijeron que iban a llamar al cuartel de Capao da Canao para avisar que íbamos hacia allá. Una especie de carta de recomendación.  😉 

Y así fue, nos estaban esperando y nos brindaron una habitación vacía para que nos podamos quedar. Es decir, inauguramos una futura oficina al público.

con marco en capao da canoa

 

Marco es un cicloturista que, apenas se enteró que estábamos en Brasil, nos escribió para dejarnos bien en claro que «mi casa es su casa». Como la ruta que habíamos planeado no pasaba por su pueblo, decidió hacernos una visita cuando estuviéramos cerca y darnos una gran mano para que siguiéramos viajando a pesar de las adversidades. ¡Muchas gracias Marco!  🙂 

Si creíamos que íbamos a seguir con la suerte de tener días de sol, estábamos equivocados. Fueron cuatro días de lluvias intensas.

Empezó a ganarnos un poco la angustia y desesperación hasta que en un momento me cansé y me planteé empezar a dejar de maldecir por el clima. Después de todo, hasta ahora no tuvimos que sufrir una tormenta sin estar bajo un techo protegidos. El camino nos estaba dando una mano en cada lugar.

Así fue que inventé la danza de “basta de lluvia” o de “la NO lluvia”.

Una de las cosas que quería en este viaje era pasar mi cumpleaños en la playa, comiendo papas fritas y tomando una cerveza.

Ir a la playa con tormenta no me parecía un buen plan, así que lo descarté. Pero si quería brindar con los otros dos deseos.

Nos fijamos el pronóstico del tiempo y las probabilidades de chaparrones eran bajas. Así que, montamos todo lo más rápido que pudimos y salimos.

Solo había un pequeño “problema”. No teníamos qué almorzar. Y si, el estar encerrados todos los días hizo que se nos terminaran los víveres y el dinero.

Pero las ganas de pedalear fueron más fuertes y dejamos que el camino nos sorprendió.

¡Y vaya que lo hizo!  😀 

A unos 20 kilómetros, en la entrada de otro balneario, una camioneta se encontraba estacionada y, el conductor, en actitud de querer pararnos.

Nos presentamos y en seguida preguntó si habíamos almorzado. Por nuestras caras se dio cuenta que no y nos invitó a un restaurante que él conocía dentro del pueblo y donde podríamos comer afuera por Pioja y Pumba.

Si. Imagínense nuestras caras, sonrisas… ¡Todo!

Era un restaurante tipo buffet libre donde te servís lo que querés.

¿Qué predominó en mi plato?

¡Obvio! ¡Papas fritas!  😆 

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Con Alessandro estuvimos hablando del viaje en motorhome (no tan casualmente el tiene uno) y de los viajes en bicicleta. El es veterinario y se ofreció para cualquier problema que tengamos con las viajeras de cuatro patas. Muy agradecidos, pero tocamos madera de que no sea necesario.

A los lejos veíamos una silueta parecida a dos bicicletas. Nos quedamos esperando y, a medida que se acercaban, no terminábamos de darnos cuenta si era una moto, dos bicicletas o… ¡Una pareja en una de esas bicicletas tándem pero que viajas acostado!

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Florencia y Florencio son franceses y están dando una vuelta al mundo. Mitad portugués, mitad español, algo de inglés y muy poco de francés fue la mezcla de idiomas que se convirtió en una linda charla al costado de la ruta.

Entre el almuerzo y el encuentro cicloviajero, pensamos que no íbamos a llegar a Torres. Pero, nos propusimos seguir hasta donde las piernas y el sol nos lo permitan.

¿Hasta dónde llegamos? ¡A Torres!

¿Y que hicimos ni bien nos permitieron armar la carpa en el estacionamiento del cuerpo de bomberos?

¡Ir a comprar con los últimos siete reales que teníamos dos latas de cerveza para festejar!

Y así terminé de coronar mi cumpleaños, un día muy mágico.  😀 

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Cara de feliz cumpleaños.  😀 

Al otro día, no pasaron ni diez minutos que nos fuimos del Cuartel de Bomberos y se largó a llover.

La glorieta de una plaza nos refugió. Mirábamos caer la lluvia y sacábamos las cuentas de cuántos días de los que estamos en Brasil fueron “lindos” y cuántos de los “otros”.

¡Más de la mitad! Más de 20 días estuvimos, no solo sin pedalear, sino sin poder casi movernos.

Una persona se puso a conversar con nosotros y nos preguntó porqué estamos viajando tan lento. Que si podemos hacer 60 kilómetros en un día, ya deberíamos haber llegado a Foz de Iguazú.

Sin haber pensado demasiado mi respuesta, le dije que era «porque estamos viajando al ritmo de la naturaleza.»

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Y si, en parte es nuestra decisión no pedalear los días de tormentas y, por otra parte, es decisión de la naturaleza que esto del fenómeno del niño nos esté haciendo tan despacio el paso.

Ahora, el gran aprendizaje es aceptarlo como es en vez de sufrirlo, es inútil intentar cambiar algo que no está a nuestro alcance. No controlamos nada, así que solo tenemos que dejarlo ser. ¿No?  🙂 

 

Esta historia tiene una segunda parte que podes leer aquí: «Al ritmo de la naturaleza (2)».