Coincidencias insólitas
Cuando dejamos que el camino nos sorprenda, esto puede ser para bien (muy bien) o de otras formas que no siempre recibimos con los brazos abiertos.
La salida de Piriapolis fue un poco difícil. No solo por el camino en sí, sino por el clima. Nos habíamos ido de una ciudad donde nos dijeron que había varias actividades para hacer y lo único que hicimos fue estar dentro de cuatro paredes al resguardo de una tormenta.
Nos estábamos yendo a pesar de los nubarrones, cada tanto mirando hacia arriba e implorando que nos dé una tregua.
En la ruta, una casa llamó mi atención. Entre todos los árboles, unas paredes pintadas de un rojo “furioso” se mostraban orgullosas frente a las miradas de todos los que pasaban por la ruta.
Ale frenó de golpe y yo, que no me caracterizo por tener grandes reflejos, me lo llevé por delante. Nada grave. En el momento logré soltar la bici y saltar a un costado.
Luego de que la adrenalina nos abandonó y que las lágrimas dejaran de caer, volvimos al ruedo. O mejor dicho, quisimos hacerlo.
La bicicleta de Ale no avanzaba. Primero pensamos que eran los frenos, pero cuando me acerque vi que el verdadero problema era que la rueda tocaba con el cuadro.
La desesperación se adueñó del instante. Él sabía la gravedad de lo que sucedía, yo lo desconocía hasta que sacó la rueda y vi como estaba doblada, con un parecido a un “ocho”.
Dos horas al costado de la ruta. Cada tanto hacía dedo pero, debo reconocerlo, con mucho desgano. Era como si la situación nos hubiera desbordado.
De repente, cuando ya no teníamos más palabras para maldecir, del otro lado una camioneta frena y se ofrece a ayudarnos. Nos dijo que esperemos, mientras avanzaba hasta un retorno.
Marcelo se bajó de la camioneta. Yo miré la caja chica y le dije a Ale que se vaya con las perras y yo pedalearía hasta Maldonado. Estábamos a 15 kilómetros. Pero nuestro nuevo amigo del camino demostró muy buena predisposición diciendo que intentemos subir todo.
Llegamos a la casa de quien nos recibiría. Bajamos todo y nos pusimos a hablar con Marcelo y a agradecerle el enorme gesto. Le pregunté si vivía cerca de Maldonado y me emocioné cuando me dijo que en verdad su casa está cerca de donde nos encontró.
Tremenda sorpresa me llevé cuando para orientarme donde queda su hogar dijo: “viste la casa roja que se ve desde la ruta, ahí vivo”.
Le conté que apenas la vi lo primero que pensé fue que quería conocer al dueño para preguntarle por qué eligió ese color llamativo y parece que hubo una conspiración para que lo tenga en frente y sea el alma bondadosa que nos ayudó en un momento tan difícil.
El mundo es un pañuelo, dicen.
Ana Laura, Ema y Dani nos recibieron en su casa. El contacto fue a través de Rafael, quien se comunicaba con nosotros desde que salimos y que esperaba nuestra visita por Maldonado.
Nos llevamos una sorpresa cuando Anita nos contó que ella hizo un viaje en bicicleta hace unos años y empezó a nombrar tanto cicloviajeros que también conocemos y que nos hemos cruzado.
Pasamos dos días maldiciendo el clima. Ya íbamos más de una semana sin ver el sol ni el cielo celeste. Pero el pronóstico nos daba un aliento porque nos prometía un descanso de tanto gris, aunque sea por dos días.
Luego de reparar la rueda de Ale, nos despedimos de nuestros nuevos amigos y seguimos camino.
Entre el río y el mar
Pedaleamos por toda la rambla de Punta del Este. Buscábamos encontrar el por qué esta ciudad es tan elegida para pasar las vacaciones de muchos argentinos. Lo único que veíamos era edificios, edificios y más edificios.
En Punta del Este el Río de la Plata se funde con el Océano Atlántico. No hay línea divisoria. Solo ves el cambio de color.
Encontramos un lugar para acampar, lo más importante es que no había que atravesar médanos y arrastrar las bicis.
Una de las cosas que nos dimos cuenta, es que estábamos eligiendo lugares que muchos usan para diversión. Pero por alguna razón, en Uruguay no sentimos nunca miedo o inseguridad.
Es más, como el que se acerca a menos de 100 metros es recibido por los ladridos de Pioja y Pumba, creemos que nos terminan teniendo más miedo a nosotros que al revés.
La mano o dedos emergiendo de la arena es una escultura que se encuentra en la Playa Brava, Punta del Este. El artista chileno Mario Irrazabal hizo otras réplicas en el Desierto de Atacama y en Venecia. Si vas a Punta del Este, esta foto no puede faltarte. Aunque tengas que arrastrar las bicis cargadas por la arena. 😆 |
¿Vos no querías una casa frente al lago?
Llegamos a orillas de la Laguna Garzón. Allí uno debe ser cruzado en una balsa. En José Ignacio nos advirtieron que el servicio estaba suspendido a causa de las tormentas.
Tuvimos fe en qué íbamos a poder saltar ese obstáculo y seguimos camino.
Efectivamente, hacía más de seis días que la balsa no funcionaba. Hablamos con personas de la empresa que está construyendo un puente. Si los empleados podían caminar arriba de el, seguro podíamos pasar con las bicis.
Pero era domingo y no estaban las personas con las que podíamos hablar.
No bajamos los brazos. Empezamos a mirar para todos lados buscando dónde pasar la noche y en eso se acerca un hombre.
Marcos nos reconoció de una nota para la televisión que nos hicieron en Carmelo. En verdad a Pioja y Pumba. Por eso decimos que son protagonistas de este viaje y les dimos un espacio para que cuenten sus historias.
Nos dijo que no nos hagamos problema, que el al otro día nos pasarían en un bote en dos o tres viajes. No solo eso, también nos ofrecieron la choza que tienen para refugiarse los días de trabajo.
Si la balsa no funcionaba, en dos o tres viajes nos iban a cruzar en el bote. Admitimos que nos hubiera gustado más cruzar en bote que en balsa. 🙂 |
Armamos la carpa dentro. Quedaba justa. Desde la puerta podíamos ver la Laguna Garzón y escuchar las olas del mar, que estaba muy cerca también.
Al otro día estábamos tan cómodos que decidimos quedarnos un día más. Creo que fue la primera vez que nos pusimos contento de que lloviera. Significó que habíamos tomado una decisión correcta.
Aprovechamos el día de descanso para hacerle un mini service a las bicicletas. |
También cocinamos con una fogata hecha en un agujero en la arena. El vídeo de cómo hacer la fogata lo pueden ver en nuestro canal de YouTube. |
El menú de ese mediodía fue fideos con salsa bolognesa con carne de soja y pan sin miga a las brasas. ¡Riquísimo! 😛 |
Finalmente pudimos cruzar la Laguna Garzón con la balsa. Lo único que nos dio lastima es enterarnos que la Laguna de Rocha estaba desbordada y que era imposible poder atravesarla por el puente de arena que se le forma.
Moto, auto, motorhome, bicicleta, a dedo y ahora en balsa. Creo que solo les falta el avión y tendrán cartón lleno. 😉 |
Para llegar a La Paloma, deberíamos hacer 60 kilómetros de más y pasar por la ciudad de Rocha,algo que no estaba en nuestros planes.
“Por algo será, seguro en Rocha nos esperan historias y anécdotas muy copadas”.
Con ese pensamiento nos pusimos a pedalear por la ruta de tierra y barro que teníamos por delante.
Esta entrada es la segunda de la triología de «Pequeñas historias y grandes anécdotas del Uruguay».
Para leer la primera parte: Pequeñas historias y grandes anécdotas del Uruguay (1) Para leer la tercera y última parte: Pequeñas historias y grandes anécdotas del Uruguay (3) |
Que hermosa pumbita con el abriguitoooooooooooooo
jejeje Pioja tiene el mismo y yo tengo mis polainas con la misma lana. Abrigadas muy tops 🙂 🙂