Con el paso de las semanas y el clima lluvioso que insistía en instalarse todos los días posibles, fue creciendo la necesidad de encontrar un lugar donde estar al reparo mientras las tormentas hacían su trabajo.

Todos los días mirábamos al cielo y luego el pronóstico del tiempo.

“Está anunciado lluvia.”

Y esa era la frase que nos despertaba los cinco sentidos para buscar un refugio.

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Salvo una o dos veces, siempre tuvimos la suerte de conseguirlo. Algunos con más comodidades que otros, pero lo más importante era el poder dormir tranquilos sabiendo que las cortinas de agua no serían una amenaza.

Pero el cansancio, físico y mental, se fue apoderando de nosotros. Que el viaje no resulte cómo lo esperábamos y el ser consciente de la imposibilidad de controlar el clima, nos hizo empezar a tener en cuenta la opción de poner una pausa al viaje y, por un lado recargar energía y, por el otro, esperar a que pase esto del fenómeno del niño.

Muchas dudas daban vuelta por nuestras mentes.

¿Poner una pausa al viaje cuando lo que queremos es que el «vivir viajando» sea nuestro estilo de vida? Y si el frenar es parte del viaje… ¿Volvemos a Buenos Aires o buscamos un lugar en alguna playa de Brasil?

También dependía de lo que quisiéramos hacer. Si disfrutar con poco o tener el calor de las casas maternas y trabajar para ahorrar.

Pero habiendo hecho tanto esfuerzo para llegar hasta esta zona considerada un paraíso, no nos convencía el pegar la vuelta, aunque sea por unas semanas y menos en esta época.

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«El arte de la vida consiste en hacer de la vida una obra de arte.»

“¿Y si buscamos alquilar y quedarnos la temporada en Florianolopis?”

Pero a medida que averiguábamos, más nos parecía difícil de concretar. Los precios estaban muy por encima de nuestras posibilidades.

“¿Entonces? ¿Qué hacemos?”

“Tengamos fe que algo va a aparecer.”

Lo dije con mucha fuerza, tanta que a los dos días recibimos muy buenas noticias: en Praia do Rosa nos esperaban dos posadas y un hostel para darnos una mano.

Por un lado, nos pone contentos que existan lugares “pet-friendly” (amigos de los perros y gatos) y por el otro, no sabíamos bien por cuánto días sería, pero podríamos disfrutar un poco de lo que veníamos deseando.

Por delante había unos 200 kilómetros. Por más que quisiéramos llegar “rápido”, teníamos que seguir viajando al ritmo de la naturaleza y respetar los tiempos que nos pactaba estando seguros que era por un beneficio posterior.

Y lo fue.

Thiago y Laura son los dueños de la Pousada Recanto Zen. Ellos nos habían comentado que tenían disponibilidad desde el 9 hasta el 19 de noviembre.

Nosotros llegamos el 8 y aprovechamos para ir a conocer a Luiz y Mariana de la Pousada Rosa Verde que, además de ser “pet-friendly” es una posada vegana.

Al otro día, luego de habernos perdido, subido dos morros sin necesidad y haber elegido el peor camino posible, ese que nos habían dicho que evitemos y que era aquel que estaba todo embarrado de lado a lado, llegamos a la Posada donde nos esperaba Thiago.

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Así quedó mi bicicleta después de cruzar el barro de la calle inundada.

Cuando nos mostró el apartamento que nos tenía reservado, no lo podíamos creer. ¡Era mucho más de lo que había imaginado!

Sintiendo que todo iba mejorando, a la tarde el sol nos dejo disfrutar de la pileta del lugar y dejar atrás todo lo que habíamos padecido.

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Y como si no fuera lo más parecido al sueño hecho realidad, al otro día nos dejo claro que cuando nos habían dicho los días disponibles para que estemos significaba que querían que nos quedemos todo esos días para que descansemos y podamos disfrutar de Praia do Rosa.

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Diez días en lo que se convirtió en nuestro primer hogar brasilero.

Ya no nos importaba si llovía, si estaba nublado. Eso no nos cambiaba el humor. Disfrutábamos de poder aprovechar esos días para hacer otras actividades o solo dormir.

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Leer, escribir, intentar ver la televisión en portugués (menos Los Simpsons porque las voces son muy diferentes), cocinar comidas que no podemos hacer en la ruta, reorganizar las alforjas y descubrir que tenemos una mochila con más de 10 kilos de cosas que llevamos “de más” fueron una de las tantas cosas que hicimos.

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Aprovechamos la licuadora de la posada e hicimos hummus, pasta de zanahoria, pasta de arvejas y pasta de berenjenas y unas galletitas de semillas.

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También nos dimos el gusto de preparar empanadas de soja.
¡Cómo las extrañábamos!

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Thiago nos enseñó a hacer caipirinha.  Hay un vídeo en Instragram. 😎

Los días de sol y calor fuimos a recorrer las playas y los senderos. Nos metimos en el mar, quisimos divertirnos con una tabla de surf y casi nos ahogamos, almorzamos en un bosque, jugamos en la piscina de la posada, disfrutamos de ver a Pioja y Pumba tan relajadas.

Nos dimos cuenta de lo importante y lo mucho que extrañamos el sentirnos “como en casa”.

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Caminando por el sendero que te lleva de la Praia Ouvidor hasta Praia Vermelha.

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Pumba conociendo el mar en Praia Ouvidor.

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En el bosque de Praia Vermelha.

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Investigando en la playa.

Antes de irnos de Praia do Rosa, fuimos al hostel a pasar unos días. Si bien, ya habíamos descansado lo suficiente en la posada, ellos también se habían ofrecido a darnos una mano y no nos gustaba la idea de rechazarlos.

La estadía en el hostel fue diferente. Llegamos justo para el cumpleaños de unos de los dueños y para el fin de semana que mejor clima tuvo. Eso, traducido, significa que el lugar estaba lleno de amigos brasileros y de turistas, en su mayoría, de Europa.

Por momentos no me daba cuenta si estaba hablando en portugués, en español o inglés.

En la posada estuvimos solos y recibíamos la visita de Thiago y Laura y en el hostel nos levantábamos rodeados de personas y nos íbamos a dormir igual. Es más, la noche del sábado éramos ochos durmiendo en la misma habitación. Fue muy gracioso tener que abrazarme a Pioja y Pumba para que en el medio de la noche no se les ocurra hacer una visita a la cama de los demás huéspedes.

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Pioja disfrutaba de tomar sol ahí salvo cuando nos metíamos a la pileta. Ahí se alejaba… no se por qué  🙄 .

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Luego del fin de semana volvimos a la Posada Recanto Zen por unos días más, al mismo apartamento. Y nos sentimos retornar a casa, a este hogar brasilero que nos ayudó a relajarnos y bajar el estrés y la frustración acumulada de las expectativas diferentes.

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«Solo tenemos un momento para ser feliz, hoy.»

La incomodidad del viaje hizo ponernos en jaque y aprovechamos el calor de un hogar brasilero y sus comodidades para reflexionar, conectarnos más y ponernos de acuerdo en buscar un equilibro a este estilo de vida que elegimos hace más de tres años.