Luego de una semana descansando de todo el esfuerzo realizado en el recorrido de El Nihuil, Cañón del Atuel y Valle Grande, emprendimos la partida de San Rafael. Temprano nos despedimos de las nuevas amistades que se suman a la hermosa cadena que crece día a día y comenzamos a pedalear. Teníamos por delante un nuevo desafío, una ruta de 110 kilómetros de los cuales 80 serían en subida.

También estábamos contentos porque cada vez faltaba menos para llegar a la ciudad de Mendoza. Este era como un primer objetivo. Cuando nos decidimos a cambiar la forma de viajar y pasamos del motorhome a las bicicletas, la primera meta que establecimos fue llegar a Mendoza. Es que allí fue donde más o menos dejamos en pausa el viaje anterior.

Salimos de la ciudad por la ciclovía que va al lado de la ruta. Era un día gris pero ya no le hacíamos caso al pronóstico. Habíamos atrasado nuestra partida por cuatro días a causa de la probabilidad de lluvia que nunca terminó de concretarse. “¿Qué puede pasar si caen unas gotas?”.

Ale había estudiado la ruta kilometro a kilometro. Tenía anotado en un papel en donde comenzaba la subida, donde habría una bajada pronunciada, cuantas casas componen el campo de vialidad que hay en el medio. Gracias al programa “Google Earth”, había podido ir viendo como es el camino a sus costados. A mi mucho no me gusta, es como contarme un poco el final de la historia. Sé que esta bueno saber si hay algún lugar para dormir en caso de que no lleguemos a hacer todo el trayecto en un día, pero a veces prefiero un poco más de “factor sorpresa”.
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Muy rápido nos dimos cuenta que ya estábamos haciendo más fuerza de lo normal. Yo me lo tomé muy tranquila. ¿Qué más podía hacer frente a la adversidad?

Luego de una subida importante, como bien dice el dicho, “todo lo que sube tiene que bajar”, nos encontramos frente a una bajada muy pronunciada.

–          “¿Qué vas a hacer?” me preguntó Ale.

–          «Lo mismo que hago en todas las bajadas, tocar los dos frenos a fondo» respondí.

Es que si algo te ayuda a sobrellevar los momentos difíciles y duros es un poco de humor. ¿No?  😀 

Al terminar de descender, frenamos para comer y descansar un poco antes de que comience la parte más difícil. Teníamos por delante terminar de subir El Divisadero.

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Fuimos descansando cada 15 o 20 minutos. También nos entretuvimos juntando cebollas y ajos que veíamos se caían de camiones que nos pasaban. Hasta que llegamos a la cima, íbamos ideando recetas para hacer una vez que lleguemos a destino, en lo posible que fuera la localidad de Pareditas.

Eran casi las siete de la tarde cuando estábamos justo en la parte más alta de El Divisadero. ¿Qué hacemos? ¿Seguimos hoy o buscamos donde dormir? Faltaban 30 kilómetros pero estábamos cansados. No sabíamos si íbamos a poder a seguir pedaleando. Lo bueno es que calculábamos tener unas dos horas más de sol.

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Que si, que no y los pedales empezaron a ir más flojitos. “¿Estamos en bajada? ¡Estamos en bajada!” No se pueden imaginar la felicidad que experimentamos. No era tan empinada así que yo no iba frenando, avanzábamos rápido, el doble de lo que lo haríamos en un llano.

–          “¿Qué hacemos? ¿Seguimos?” me miró Ale.

–          «Sigamos hasta donde lleguemos, total no tenemos que pedalear.»

A excepción de dos subidas, fue todo en bajada. Lo disfrutamos muchísimo. La última si fue tan empinada que con el envión llegamos directo hasta la entrada de Pareditas.

Pedimos permiso y nos dejaron acampar en el polideportivo. En las noches anteriores había llovido mucho y el pasto estaba muy mojado, así que preferimos armar la carpa en el piso de cemento de lo que alguna vez fue un quincho.

No contento con las galletitas y palta que preparé, Ale se fue a buscar un local donde vendan una pizza (con la dificultad de que la misma no tenga queso) y rebuscado como es, la encontró. Creo que batimos un record, entre los dos la terminamos en menos de 5 minutos. Y no solo eso, un paquete de garrapiñada tampoco se salvó de nuestra voraz hambre.

Caímos rendidos en las bolsas de dormir. Era una noche estrellada, muy linda. No sabemos bien a qué hora, empezamos a escuchar que llovía. Como será el sueño pesado que sentíamos que ni nos levantamos y amanecimos con agua dentro. Nada grave, el problema fue que el piso estaba inclinado hacia la carpa y el agua, al no tener lugar para circular, quedaba estancada debajo de nosotros.

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Nos levantamos tranquilos, sin apuro. Había un sol enorme en el cielo. Mientras desayunamos, dejamos secándose lo que se mojo y nos comunicábamos con Melisa (La Colo) quien nos estaba esperando en La Consulta, a tan solo 30 kilómetros de donde estábamos. Ella es una de las mejores amigas de Mey que, junto a Javi, también nos estaban esperando, desde aquel junio 2013 que nos conocimos, en la ciudad de Mendoza. ¿Vieron como crece la cadena día a día?

Terminamos de almorzar, descansamos una horita más y salimos a la ruta de nuevo.

Nuevamente transitando la Ruta Nacional 40

Nuestra llegada a Pareditas no fue solo haber recorrido y superado el desafío sino la emoción de encontrarnos con la famosa Ruta 40 que tanto hemos disfrutado en nuestro viaje anterior.

Ale, que es inquieto y se le ocurre cada idea, se animo a preguntarme: “¿Y si vamos hacia el sur?”. Los que me conocen se imaginaron muy bien mi cara y los que no, imagínensela también porque así fue. Es que estoy deseosa de conocer nuevos lugares y personas, lo que ya recorrimos en motorhome, alguna vez lo haremos en bicicleta, pero más adelante.

Los primeros ciclistas en ruta

–          “¡Mira amor! ¡Ciclistas!” dijo Ale con tono muy alegre.

Los dos nos mostrabamos con una cara de “felizcumpleaños” enorme por estar cruzándonos con los primeros cicloviajeros en ruta. Frenamos, nos presentamos y empezamos a hablar sin parar ni respirar.

Silvano y Paola son dos italianos que están recorriendo desde principios de octubre del 2014 desde Bolivia hasta Ushuaia. Estuvimos más de una hora compartiendo historias, consejos y muchos más al costado de la Ruta Nacional 40.
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Como les dijimos al despedirnos, ellos son como el primer amor: nunca nos olvidaremos de ellos.

Pueden conocer sobre los viajes en bicicleta de ellos en su página web: http://www.silvanograsso.it/

¡Buen viaje Silvano y Paola!  🙂 

 

Sigue creciendo la cadena de amigos 

Llegamos a La Consulta mientras se iba formando una tormenta en el cielo y el viento hacía de la suyas en la tierra. Melisa nos recibió y nos ofreció dormir dentro de su casa antes que armar la carpa en el patio. Si bien la tormenta luego pasó de largo, fue un mimo que recibimos porque necesitábamos de descansar en una cama cómoda. Desde que llegamos, hasta que nos fuimos a dormir, no paramos de hablar.

El hogar de Meli es una Casa de cocina y té deautor más un cálido hostel. Tiene una vista increíble. Abrís la ventana y ves las montañas desde la cama. Te levantas y al cuadro se le suman viñedos. Clásico paisaje de Mendoza.

 

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A la mañana siguiente nos despedimos y comenzamos a recorrer los últimos kilómetros que nos separaban de nuestro primer objetivo: ciudad de Mendoza.

Comenzamos cruzándonos en la ruta con Martin, el novio de Andre que nos recibieron en General Alvear, y nos enviamos mensajes para que cuando lleguemos podamos reencontrarnos.

Hubo una parte en que comenzaron a haber grandes subidas y nosotros nos reíamos preguntándonos qué habrán estado haciendo lo que nos aseguraron que la ruta hacia Mendoza era todo en bajada (chiste).  😉

 

Luego de almorzar y dormir una siesta en una de las paradas de ómnibus que hay en la ruta, continuamos pedaleando.

Nos esperaban varios kilómetros más de subidas y bajadas. En un momento empiezo a sentir que iba como rebotando. Si bien la banquina de la ruta no está en buenas condiciones, me parecía raro. Miro hacia abajo y veo que la rueda de atrás estaba más desinflada que lo normal.

Recordé que en San Rafael, Marcelo nos había colocado el líquido que tapa las pinchaduras y que para que funcione había que seguir pedaleando. Justo me toca en el medio de una subida interminable. Hice lo más que pude y me bajé a caminar. A lo lejos veía como Ale se iba haciendo cada vez más chico. ¿Cómo le aviso que frene?

Los autos empezaron a pasar más despacio y tocarme bocina. “¿Cómo es la seña de que estoy bien pero que le avisen al ciclista que esta adelante que se me pincho la rueda y tiene que volver?” Recordé mis años de teatro e improvisé. A los pocos minutos lo tenía a Ale volviendo y con una cara medio de preocupado y medio riéndose.

–          “Volví porque uno desde un auto me grito “la piba se quedoooooó” o algo así”

O sea, mi actuación fue excelente.  😀

Frenamos en una estación de servicios y nos tomamos una bebida de esas que reponen sales y minerales mientras intentábamos que el gps del celular nos diga cuantos kilómetros nos quedaban.

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Uno nos decía que eran como 30 kilómetros, otro que capaz podían ser 20 y uno que no sabía realmente la distancia porque él se guiaba con tiempo pero que en bicicleta debería ser el doble seguramente (el doble por dos más 100 pensé yo 😛 ).

Cuando pasamos por la entrada a la localidad de Luján de Cuyo volvimos a experimentar esa sensación de liviandad en los pedales. ¡Estábamos en bajada! Pero no pudimos disfrutarla del todo. Eran las seis de la tarde, hora de mayor tráfico en la ruta 40 que en ese trayecto es autopista y principal vía de comunicación entre los departamentos de Mendoza.

Ale ya está acostumbrado, el anduvo en moto en la Ciudad de Buenos Aires desde chico y trabajó mucho tiempo arriba de una. Para mí era todo nuevo y, por supuesto, los nervios empezaron a jugarme en contra. Lo mismo nos ocurrió cuando tomamos la Ruta 7 para llegar hasta Guaymallen.

Pero llegar, buscar la calle con las indicaciones que nos pasaron los chicos y que a dos cuadras nos crucemos con ellos fue algo mágico. Abrazos, besos y muchas sonrisas por este gran reencuentro que se estaba haciendo esperar desde junio 2013.

Así fue como, el 17 de diciembre de 2014, justo cumpliendo dos meses desde que iniciamos este viaje, llegamos a nuestro primer objetivo: Mendoza.