Cuando elegí Cataratas del Iguazú para hacer mi primer viaje sola no fue una elección al azar.
Es un destino que desde adolescente está en mi lista de deseos. Recuerdo al menos diez planes que por diferentes motivos se cancelaban. El último fue en el segundo viaje en bicicleta. La idea era llegar hasta las Cataratas del Iguazú, ingresando desde Brasil. Pero los planes cambian. Todo cambia.
Necesitaba hacer este viaje. Si bien ir a Ushuaia en invierno fue el primer viaje que no hice en pareja, este sería el primero que viajaría sola y que no conocería a nadie al llegar. Iba a tener que valerme por mi misma. Y les soy sincera, eso me provocaba un revuelo en todo el cuerpo. De esos que depende de lo que pase por tu mente hacen que sientas placer o ansiedad.
La decisión del destino también tuvo que ver con una creencia personal. Si bien no practico ninguna religión, leí que para el budismo el agua simboliza pureza, claridad y calma. Venía de varios meses sintiéndome mal emocionalmente. Como que todo me salía mal. Me dijeron que me bañe en vinagre para limpiarme pero, por esas cosas que no se explican, pensé en las Cataratas del Iguazú. Me imaginé con los ojos cerrados sintiendo como la fuerza del agua me mojaba y me “limpiaba”.
La elección de la fecha fue adrede. Luna llena: plenitud, fuerza y poder espiritual. Eso sumado a un paseo nocturno por las Cataratas que me emocionaba solo pensar estar ahí.
Miré en el calendario las fechas de la luna llena para los siguientes meses y diciembre fue el que más me gustó. Canjeé todos los puntos que tenía en una tarjeta de crédito y cuando me llegó el mail de confirmación, me largué a llorar de emoción. Ya está, es un hecho. Voy a conocer las Cataratas del Iguazú en luna llena en mi primer viaje que haré sola. Sin pareja, sin amigas, sin Pumba.
Una vez que se me pasó la emoción del momento, recordé que viajar en avión no es una experiencia agradable porque, básicamente, tengo miedo. Tengo miedo al despegue, tengo miedo a la turbulencia, tengo miedo que se caiga. A la lista de primeras cosas que iba a hacer en este viaje, le sumaba el viajar sola en avión.
Lo bueno es que no es un miedo que me paraliza. Así que me puse a leer y ver vídeos sobre cómo afrontar el miedo a viajar en avión. Estaba consciente que no podía depender que la persona que se sentará al lado mío vaya a querer prestarme su mano para que descargue en ella todos mis nervios. Tenía que buscar y probar otros métodos de descarga, relajación o ambas.
|Escribí más sobre viajar en avión teniendo miedo a volar en este post|
Llegó el día. Dormí solo cuatro horas y entrecortadas. Tenía miedo a quedarme dormida. Puse cinco alarmas cada cinco minutos. ¡Qué exagerada!
Decir mi nombre y apellido, que hice el web check-in, que tengo el código QR en mi celular. Despachar la mochila. Subir las escaleras mecánicas. Encontrarme con una publicidad de frente en la que un avión parece que se estrella. Hacer una historia en Instagram riéndome de la situación pero por dentro preguntándome si era una señal. Ya no me podía ir para atrás. ¿O sí? Darme ánimo y pasar por el laberinto de las cintas. Pasar por el detector de metales. “¿El piercing sonará?” ¡Ni que fuera la primera vez que viajo en avión! Pasar y que me deseen buen viaje. Esperar a que llamen a embarcar. Recordar que tengo el asiento 22 y que es mi número de la suerte. Intentar hacer las respiraciones. Tomar agua. Las manos transpiradas. Abrocharme el cinturón de seguridad. Ya está.
¿Hace falta aclarar que llegué bien?
El aeropuerto de Puerto Iguazú es chico. Creo que pueden entrar dos o tres aviones. Cuando bajás no hay mucho retraso en reencontrarte con tu equipaje. El aeropuerto está a 21 kilómetros de la ciudad. Hay pocas opciones: tomar un taxi o tomar un mini bus (también podés alquilar un auto).
Cuando salí del aeropuerto, la primera impresión fue sentir en todo el cuerpo la humedad de la selva. Cerré los ojos para aumentar esa sensación y agradecer por estar ahí. Me descubrí hasta oliendo lo fresco que se sentía el aire. Y eso que estaba al lado del aeropuerto. La impaciencia empezaba a hacerse notar. Ya quería estar en el Parque Nacional.
En el viaje hacia la ciudad no despegué ni un segundo la vista de la ventanilla. Me asombraba ver los diferentes tonos de verde de las plantas. Creo que nunca había visto tanta gama de “verdes”.
Llegué al hostel dos horas antes de que se pueda hacer el ingreso. Era algo que sabía y que, correos electrónicos de por medio, había averiguado que era posible dejar las mochilas en un cuarto que hacía de guarda equipaje y a la vuelta hacia todo el papelerío de ingreso.
Estaba frente a la terminal de ómnibus. Una ubicación excelente porque desde allí sale el colectivo de la empresa “Río Uruguay” que te lleva hasta el Parque Nacional por un precio de $150 ida y vuelta (pesos argentinos – diciembre 2017). La frecuencia es de 20 minutos. Una eternidad cuando estás tan cerca de cumplir un sueño.
PARQUE NACIONAL IGUAZÚ
No lo voy a negar. Cuando me paré en la puerta se me hizo un nudo en la garganta. Hice todos los trámites de ingreso según me dijo Camila, quien trabaja en Iguazú Argentina y me concedió una entrada al parque y el paseo de la luna llena de cortesía.
Entré y me sentí una nena de nuevo. Tenía los ojos bien abiertos, miraba todo y a todas las personas. Una gran sonrisa ocupaba mi rostro. Estaba feliz, como hacía mucho quería sentirme.
Eran las doce del mediodía en punto. Pregunté a un guardaparque qué me recomendaba y me dijo que estaba bien de hora, que lo ideal es comenzar por las pasarelas superiores, que vas por arriba de las Cataratas, que se ve justo la caída del agua y que después vaya a las pasarelas inferiores que es ir por el medio y bien dentro de selva y que deje para lo último la Garganta del Diablo. “Una forma de coronar el día”.
A medida que iba avanzando, el ruido del agua se escuchaba cada vez más fuerte. Estaba impaciente. Quería llegar rápido pero al mismo tiempo quería poner en práctica lo que aprendí en mis anteriores viajes: “lo más importante no es el destino sino el camino”. Estar frente a las Cataratas del Iguazú era mi objetivo pero también tenía que disfrutar de todo lo que iba haciendo hasta llegar ahí.
Ingresé en el circuito superior. Mientras caminaba pensaba en eso de “vas por arriba de las Cataratas, ves justo la caída del agua”.
Escribir y transmitir mis experiencias mediante las palabras es algo que me encanta hacer y describir los momentos que viví en este viaje es un desafío.
Para captar y llevarme la mayor cantidad posible de recuerdos, cada tanto me ponía a un costado del camino y cerraba los ojos para conectarme con la selva. Hacer fuerza para lograr identificar los diferentes sonidos de los animales y el ruido del agua. Respirar con grandes inspiraciones para captar los olores de la naturaleza. Sentir como toda mi piel reaccionaba a la humedad y al vapor del ambiente.
Les aseguro que es una experiencia única la de conocer los lugares con los ojos cerrados. Lo bueno es que si lográs conectarte, después podés estar en el medio del caos del tránsito de la ciudad que si cerrás los ojos, te trasladás a esos recuerdos.
Si bien mis pensamientos me juegan una mala pasada porque son de esos que generan miedos, era tan pero tan grande la emoción y felicidad de estar ahí que no me importaba estar caminando por una pasarela de metal, con agujeritos en el piso por donde se pudiera observar el agua correr con mucha fuerza. Tampoco me daba miedo pegarme a la baranda para ver más de cerca el momento justo en que el agua parece que se quiebra y cae al vacío. Bueno, si lo pienso ahora me da un poco de cosa pero lo haría de nuevo sin dudarlo.
Hay dos formas de hacer el circuito inferior: por medio de una rampa o por escaleras. Yo elegí las escaleras para bajar y la rampa para subir (se puede hacer al revés pero tené en consideración tus rodillas y capacidad física).
El circuito inferior tiene una longitud de 1700 metros y se estima que en una hora y 45 minutos se lo puede recorrer. En este paseo vas a tener más contacto con la selva porque se interna por debajo de los saltos. Es más probable que te mojes porque vas a estar ahí nomás de cuando rompen los Saltos Dos Hermanas, Chico y Ramirez. El final del circuito te deja en pie frente al enorme murallón de agua que es la caída del Salto Bossetti.
Vas a tener que ser paciente para llegar al final de la pasarela pero vale la pena. Ahí es donde cerré los ojos y abrí los brazos de la misma forma que me imaginé antes de sacar el pasaje. Al principio escuchás las conversaciones de las personas que están alrededor pero es una experiencia tan única que si te concentrás después solo escuchás el agua.
Hay una parte de este circuito que tiene escaleras y te lleva hasta las caídas de los Saltos Alvar Nuñez, Elenita y Lanusse. Algo que me quedó pendiente de hacer es investigar el por qué de los nombres de los saltos.
Miré el reloj y me relajé al saber que tenía tiempo de sobra para ir hasta lo que prometía coronar mi día. Algo importante es que el último tren que te lleva hasta la Estación Garganta del Diablo sale a las 16hs. Pero el parque está abierto hasta las 18hs y el trayecto hasta la Estación serán unos 10 o 15 minutos. Eso hace que te quede menos de una hora y media para visitar la Garganta del Diablo y, mi recomendación es que le destines un poco más de tiempo.
En mi caso, yo sabía que iba a volver al otro día, así que, por más que no tenia mucho tiempo, fui hasta la Garganta del Diablo de día (porque a la noche tenía programado el paseo de luna llena).
La longitud del recorrido es de 2200 metros en total. La duración estimada es de 2 horas pero para mí es un poco más. No por la dificultad porque es todo rampa, no tiene escaleras. Sino porque al llegar te va a costar irte.
Cuando bajás del Tren Ecológico de la Selva, comenzás a caminar por las pasarelas. Te separan 1100 metros hasta llegar. El recorrido se hace por pasarelas que pasan por encima del Río Iguazú y por dentro de islas de selva. Prestá atención porque por este sector se puede apreciar a Urracas con los tonos azules más lindos que vi. También anda con cuidado porque verás mariposas de todos los tamaños. Hay una que si te la cruzás seguro te llama la atención porque tiene un “88” en las alas.
Cuando estás por llegar al balcón, del lado derecho te va a impresionar ver como viene el Río y de repente, con forma de herradura se ve el momento justo en que el agua cae. Pero no creas que solo verás eso. El balcón te permite circular por arriba y estar a pocos metros de ese gran salto de agua llamado “Garganta del Diablo” y que una cree que es porque desde arriba parece que es un gran embudo que se “traga” todo pero en verdad tiene una leyenda (para conocerla, lee este post donde solo hay info útil sobre Cataratas del Iguazú).
Me quedé un buen rato parada frente a la inmensidad de la naturaleza. Me sentí tan pequeñamente afortunada de estar ahí. Me reí, lloré, me reí llorando o lloré riendo. Cerré los ojos, los volví a abrir. Miré detenidamente cada lugar y recoveco. Me senté y mantuve la vista fija durante vaya a saber cuántos segundos o minutos. Escribí en mi libreta palabras. Algunas están en estos párrafos. Me pellizqué varias veces para ver si era un sueño o era verdad. Estaba ahí.
Tenía que esperar unas dos horas hasta que comience el paseo de la luna llena. Pedí si podía cargar mi celular y la cámara de fotos y en la espera me di cuenta que no había comido nada durante el día. Es que la emoción pudo más. Me compré una bebida con minerales y además unas tutucas para comer (no hay muchas opciones aptas para personas veganas). Me detuve frente al ventilador que tira agua fresca. Es una forma de contrarrestar el calor húmedo del clima. Un caño con varias mini salidas de agua que, junto al aire impulsado, hacen que corra una pequeña llovizna fría. Una gran genialidad.
Faltaba una hora todavía y el cielo empezó a llenarse de nubes no muy amigables para el paseo. Pregunté y me dijeron que había que esperar. No hay buena conexión de internet móvil (casi nula incluso en la ciudad) pero en las aéreas comunes del parque hay Wi-fi compartido. Estaba cansada así que decidí buscar un lugar escondido y dormí una siesta.
Me levanté y detrás de las nubes había relámpagos. “Listo, se cancela”. Y sí, las pasarelas son de metal, no está bueno arriesgarse. ¿No?
Cuando llegaron las personas encargadas del paseo nos confirmaron la cancelación. Lo bueno es que en esos casos hay dos opciones: o te devuelven el 100% del valor (en mi caso era de cortesía así que no aplicaba) o lo reprogramabas para el otro día (si te queda otro día). Así que hablé con Camila y le dije que lo dejábamos para el día siguiente.
Llegué al Parque Nacional al mediodía. Por más que intenté salir temprano, entre una cosa y otra me demoré al salir y cuando llegué a la estación se estaba yendo un colectivo, así que no me quedó otra que esperar 40 minutos.
El plan era hacer Sendero Macuco, que tenés tiempo para ingresar hasta las 15hs y entre ida y vuelta son siete kilómetros. Estaba ingresando al sendero a las 13hs y no iba a llegar a las 15hs para hacer la excursión acuática (no había otro horario más tarde). Así que, me despedí del sendero prometiendo volver y me fui a la Garganta del Diablo otra vez. Quería más de ese imponente paisaje.
Excursión Gran Aventura
Jorge me compartía unos tereres para que no piense en que el sistema de tarjeta de crédito no conectaba y que eso imposibilitaría que pueda hacer la excursión acuática. Luego de varios intentos, se confirmó la operación. Me subí al camión pensando, o mejor dicho, deseando que solo haya entrado una de las operaciones pero qué me importa… ¡estoy por subirme a una lancha que me meterá debajo de las cataratas!
¿Y qué les puedo decir de esta excursión? ¡Qué es una locura! ¡Qué no se la pierdan! ¡Qué fueron los quince minutos más caros de mi vida pero que valió la pena! Ah y que no cierren los ojos, disfruten el momento. Griten, ríanse, lloren de miedo, todo junto.
De más está decir que no me compré piloto para no mojarme porque, todo lo contrario, yo quería bañarme entera con el agua de las cataratas. Ese día volví feliz feliz al hostel.
Cuando volví de la excursión y me acerqué a una área donde hay wi-fi, me llegó el mensaje de Camila avisándome que, lamentablemente, ese día tampoco iba a poder hacerse el paseo de la luna llena por el pronóstico de una tormenta eléctrica.
Contrario a cómo podría haber reaccionado, no me puso mal. Es que estaba (y estoy) tan contenta y agradecida de estar ahí que lo único que me salió contestarle fue “no hay drama, tendré que volver (¡qué bueno!)”.
CATARATAS DEL IGUAZU DEL LADO DE BRASIL
Para ir a Cataratas de Iguazú del lado de Brasil también te tomás un colectivo desde la terminal de ómnibus. Hay dos empresas, la de Río Uruguay y otra que no recuerdo bien el nombre. El precio es de $150 y la frecuencia de los colectivos Rio Uruguay es de una hora desde las 08:30hs hasta las 14:30hs porque el Parque Nacional del lado de Brasil cierra a las 17hs (atención que en verano hay una diferencia horaria de una hora entre Argentina y Brasil).
Del lado de Brasil la visita por el Parque es diferente que en Argentina. Luego de pagar la entrada (info para Argentina: es en reales, podés pagar con la tarjeta de crédito y luego te viene el consumo en dólares) tenés que hacer una fila para subirte a un colectivo de doble piso (el de arriba es sin ventanas a los costados) que te llevará hasta las diferentes estaciones para realizar las actividades.
Yo me bajé en la parada “Trilha Das Cataratas” y caminé por el sendero hasta llegar al sector donde está la pasarela. Hago esta aclaración porque muchos van hasta la estación “Espaço Porto Canoas” (el final del recorrido) y desde ahí lo hacen al revés.
El lado de Brasil el paisaje es completamente diferente. Apenas me bajé del colectivo, me acerqué hacia las barandas de la pasarela y la boca se me abrió sola. Es increíble la vista panorámica. Mirás de un lado al otro todo el tiempo. Incluso hasta vas a observar saltos que desde el lado Argentino no se pueden ver (salvo que hagas la excursión acuática).
Lo que más me gustó del lado de Brasil es que en un sector podés llegar hasta muy cerca del agua que está cayendo. Es sorprendente estar tan cerca porque sentís la fuerza. Si cerrás los ojos y te concentrás, hasta sentís la vibración en tu interior.
Para ingresar a la pasarela que se mete en las cataratas tenés que ir con paciencia. Por lo general, siempre hay muchas personas y vas a tener que esperar para acercarte al final. Y una vez que lo logres, no te van a dejar estar mucho tiempo para sacar fotos o filmar.
Yo quería quedarme unos minutos con los ojos cerrados para llevarme en el recuerdo sensorial ese momento de estar mojándome con la brisa de las cataratas y la fuerza del agua que se siente desde los pies pero no pudo ser (otro motivo para volver, ¿no?).
Cuando estaba volviendo en el colectivo, ahí recién pude ver en un árbol a un Tucán. Habrán sido quince segundos pero bastaron para maravillarme con esos colores vivos. Antes que me lo digan, sé que hay un parque de las aves pero no fui por mi postura ética frente a la no explotación de animales.
El “Parque Das Aves” es un zoológico especializado en la conservación de varias especies de aves tanto autóctonas como exóticas. Manifiestan que trabajan en el bienestar de animales, teniendo como objetivo darles refugio y salvar especies y que el cobro de la entrada es para sustentarse económicamente porque no reciben recursos externos. En lo personal, considero que no es necesario exponer a los animales para ser entretenimiento de humanos a cambio de cuidarlos y darles refugio. Y aparte, no me gusta ver aves enjauladas. No importa cuán grande es su jaula. Pero como dije, es una postura y decisión personal.
Canopy + Rappel + Caminata por la Selva
Cuando empecé a averiguar sobre qué hacer en Cataratas del Iguazú, encontré a la empresa Iguazu Forest que te propone algo diferente para hacer: canopy + caminata por la selva + rappel.
Casi te diría que tenés que destinar un día para hacerlo porque la duración de 4 horas aproximadamente y sale a las 14hs. Te pasan a buscar por el alojamiento (y luego te llevan a la vuelta). A mí el día me tocó nublado y cuando llegamos al lugar donde comenzaba la aventura con Canopy, se largó a llover con todo. Y sí, diciembre, clima tropical.
Todo muy divertido hasta que empezaron los chistes del tipo “con los cables mojados van a ir más rápido y va a costar que frenen al llegar a las bases”. Sí, ya sé que fui yo la que decidí hacer la actividad a pesar de tener miedo pero bueno, a mí me pasa que mi mente empieza a crearse diferentes escenarios, todos con finales de terror. Me imaginaba sin poder frenar y haciéndome torta contra un árbol, y cómo me bajan de la altura y demás cosas feas, muy feas.
La adrenalina ya te empieza a correr desde que te están colocando el arnés y ves toda esa escalera de madera que tenés que subir. Y claro, en el correo de invitación decía bien claro que son 25 metros, ¿qué me había imaginado?
Fue una lástima que yo me jugué a que iban a tener un casco con el adaptador para la GoPro, así que no pude grabar la experiencia.
Me temblaba todo. Encima me pusieron atrás de dos hermanas que tenían 9 y 14 años. Moralmente no podía decir “tengo miedo” cuando veía que esas inconscientes se tiraban como si nada. Solo puedo decir que de los nervios me la pase riéndome.
Fue increíble. A diferencia de mi primer experiencia haciendo Canopy (en el Parque Euca de San Rafael) no solo estaba al doble de altura sino que la distancia entre base y base era de 200 metros. O sea, ¿te imaginás estar volando por el medio de la selva durante dos cuadras?
Las piernas me siguieron temblando por un buen rato. Tenía todo el cuerpo revolucionado pero una felicidad absoluta de haberme animado. ¡Y eso que todavía me faltaba el rappel!
Pero primero una caminata por la selva para conocer diferentes especies de flora como árboles estranguladores, plantas parásitas, claveles del aire, orquídeas, y fauna nativa como arañas, mariposas, aves.
Por último, nos quedaba hacer el rappel. Nuevamente se largó a llover pero, como es wet rappel no fue un impedimento para realizarlo aunque casi se cancela porque en el momento que tenía que dar el primer paso me empecé a reir y me temblaba tanto el cuerpo que por unos segundos dudé de hacerlo. ¡Pero ya estaba ahí, no podía decir que no! Y por suerte me animé a pesar de todo. Así fue como más que rappel fue una caída estrepitosa pero disfruté de la experiencia igual.
PROXIMÁMENTE VÍDEO
Sin dudas, si vuelvo a Cataratas del Iguazú (que es muy posible porque me quedé con las ganas de hacer el paseo de la luna llena) voy a repetir esta experiencia.
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